La nube y el sauce llorón
19/02/19
Autor: Sebastián Garfunkel
Los rayos ensordecedores dominaban la noche, la lluvia caía con furia sobre el lodoso terreno, el viento, sin querer ser menos, soplaba con gran fuerza, deshojando los árboles que se aferraban a la tierra, mientras sus ramas descontroladas se mecían arañando el suelo.
Los animales y los pueblerinos guardados, a salvo en sus hogares, el día terminó temprano para ellos. En el transcurso de la noche la tormenta se fue calmando, y al amanecer, don gallo avisaba a todos que un nuevo día había comenzado.
El sol radiante asomó en el horizonte, exponiendo con su luz la gran labor que a todos esperaba. Con el asombro en sus ojos, los habitantes observaban el desastre que la mañana les mostraba.
Baldes, bolsas, ropas y ramas, abrazados como borrachos que recién salen de la cantina, se amontonaban en los viejos cercos de alambre, que a duras penas se sostenían a la vera de la vía.
Tumbado los sulkys, mesas y sillas al revés, eran unos de los tantos desórdenes que a doquier se podían ver.
Los animales también estaban de lleno en la reconstrucción de sus hogares, pero sin tantos amoblamientos les era un poco más fácil.
Los árboles desnudos y desarreglados daban lástima al mirarlos, desprovistos de sus hojas y flores de ayer, se veían peor que en el invierno crudo que habían pasado.
Sucedieron tres meses de aquella tormenta, ya las cosas en su lugar, todo era sólo un recuerdo viejo. Entre cardones, pencas y piedras, en el desierto tres sauces brotaban de la tierra.
Hasta allí fueron llevados por el feroz viento de aquella noche, que arrancándolos de su madre, lejos del pueblo los arrastró, unas pocas gotas del cielo cayeron, y así fueron naciendo, bajo una luna llena que los cobijó.
Los días eran duras pruebas de sequía y calor, sus frágiles cuerpos se marchitaban bajo los rayos del sol. Con la cabeza gacha y los ojos sin fe, uno de ellos miraba a sus dos hermanos que ya no podían mantenerse en pie.
Sólo estaba en aquel desierto, rodeado de vidas extrañas, que tenían sus rostros alegres,
a pesar de la falta de agua.
-¡estoy condenado!-, se decía, mientras llorando miraba los dos cuerpos resecos. Levantando la vista al sol, veía venir la inevitable muerte, cerró sus tristes ojos, y resignado esperó su suerte.
Una sombra cubrió su cuerpo, y un leve frescor recorrió sus venas, -ha de ser la muerte-, se dijo, -que de mi vida se apodera-.
Desplazándose en el cielo con infinita libertad, una nube se apuraba para alcanzar a las demás, algo le pareció extraño mientras miraba el suelo, -¿qué hace aquí ese pobre sauce?-, se preguntó, -¿y tan lejos del pueblo?-.
-¿por que lloras sauce?, ¿cómo llegaste hasta allí?-, escucho decir. Levantando el rostro observó aquella nube gris, que desde lo alto le advertía: -tú no deberías de estar aquí-.
-Yo no soy de este lugar-, le dijo, -aquí estoy muriendo de sed, pero mi destino así lo ha querido, y yo nada puedo hacer-.
La nube al ver su duro destino le dijo: -yo te daré de beber-, y posándose sobre el sauce, comenzó a llover.
Tal era la gracia que sentía aquel sauce, que junto a las gotas de lluvia se mezclaban sus lágrimas, pero lágrimas de alegría ahora derramaban sus ojos, al ver su destino acariciándolo con dulce agua.
La nube al ver tanta alegría en el rostro de aquel ser, sintió que darle de beber debía otra vez de suceder, entonces le dijo: -yo pasaré seguido y te daré de beber, soy una nube de lluvia y mi labor es calmar la sed-.
Ella se despidió, con la satisfacción de haber cumplido con su deber, él la miró alejarse, añorando pronto volverla a ver. La nube era de palabra, y cumpliendo con su promesa, visitó cada semana aquel sauce, y calmó su sed.
Así transcurrieron los meses y los años, ahora es alto, y en él se posan los pájaros, da sombra a todo aquel que esté de paso, y consuela al que sufre lo que él sufrió aquellos días de antaño.
Así es la vida con sus vueltas, todo comenzó con aquellas nubes de tormenta, que en un atardecer acecharon amenazantes al pueblo, y hoy un sauce vive gracias a una de ellas.
Muchos años han pasado desde que estos grandes amigos se conocieron, y mira que uno nunca sabe lo que el destino le depara, pero si se te hace difícil los días, no pierdas las esperanzas, que aún sigue lloviendo en aquel árido y caluroso desierto.