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Los cinco viajes de Colón

Cuatro en vida fueron los viajes del Almirante y el último cuando varios años después de su fallecimiento fue traído a descansar definitivamente en Santo Domingo donde todavía están sus restos en esa América que en realidad él nunca reconoció como tal pues siempre creyó que había llegado al lejano Catay, es decir, la China..



Por Miguel Bravo Tedin

En su diario de viaje que luego fuera recortado o arreglado por el fraile Bartolomé de las Casas predomina el lenguaje marinero y fundamentalmente habla de las vicisitudes en temporales en días sin viento alguno y en la angustia de quien dirigía a ciegas una expedición sin antecedentes y llena de peligros reales e inventados. En esas páginas mostrando, quizás, que aquella idea que la conquista de América se hizo fundamentalmente con un sentido misional abunda hasta el cansancio (más de 120 veces) la palabra oro. Que el oro se ubicaba en tales islas, que los indios llevaban oro en sus orejas, en sus labios, en sus narices, en grandes pectorales y muchas veces, demasiadas quizás, la referencia entendida o mal entendida de la boca o los signos de los indígenas señalando tal o tal lejana isla como proveedora del anhelado oro. En muchas ocasiones las referencias a aquellas lejanas minas eran motivadas por el deseo de los nativos de alejarlos de sus aldeas y orientarlos lo más lejos posible. Lo que sí destaca en éste diario es un lenguaje seco, que hace de estas páginas realmente un testimonio más que aburrido, reiterativo y rutinario. Y es que la imaginación del Almirante era superior en todo a su testimonio escrito que brilla por lo ramplón y simplista. Reiterativo, diciendo una y otra vez lo mismo y cada tanto la indignación del Almirante por aquellos de sus capitanes entre ellos los hermanos Pinzon que bien pronto mostrarían sus deseos de darle un corte de manga a Colón y seguir ellos solos en esta aventura que dio al mundo la mitad desconocida que tuvo a partir de entonces.

Resalta, sin embargo, algo que mostró que el Almirante no solamente era un gran marino y fogueado hombre de mar sino que poseía un indudable conocimiento de la psicología de esa heterogénea tripulación en la que predominaban muchos ex convictos a los que se había dado la opción de seguir en prisión o integrarse con los no muchos tripulantes de estos cuatro viajes que hizo hacia el nuevo continente. Y esto decimos teniendo en cuenta que día a día Colón anotaba para la gilada que la cantidad de leguas recorridas era una tercera parte menos, pensando con toda razón que la tripulación ante tanta distancia recorrida en esas ridículas y casi inexistentes naves entrara en pánico, el amotinamiento y la insubordinación. Cosa ésta que en algunas circunstancias se produjo pero que el almirante dominó pues su prestigio y su autoridad eran indudables. Hacia el final del diario habla Colón a sus Majestades de la necesidad que América no lleguen personas de religión distinta a la católica y hace también una cruda referencia a que no debía darse lugar en América a judíos y demás relapsos.

Algo de lo que se va a quejar continuamente es la dificultosa comunicación que lograba con los nativos. Habló por ejemplo que todos los habitantes de las islas, miles de islas según él, hablaban una misma lengua, pero luego cambió el discurso y afirmó que cada isla tenía su propia lengua. Y muchas cosas que entendió en un sentido en realidad o tenían otro o eran absolutamente opuestas. Lo que sí llama la atención que fruto de sus conocimientos, largos conocimientos que poseía los fue plasmando, en la ubicación geográfica masomenos acertada que permitiría que los descubrimientos no se reiterasen sino que sirvieran esas anotaciones para los futuros navegantes. Lo que provoca una suerte de misericordiosa mirada sobre esta etapa del descubrimiento es cuando ordenaba darle a los indios en compensación a sus informes tan esperados sobre oro, perlas y demás metales preciosos, ridículos presentes que poco o nada costaban pero que para los indígenas, según afirmaba el Almirante, era un precioso testimonio de amistad. Es decir, los espejitos, los abalorios y toda suerte de chucherías fueron desde un principio la moneda de cambio que tuvieron los descubridores y luego los conquistadores en sus relaciones con los nativos.

De toda esa farragosa y aburrida crónica resaltamos algunas de sus páginas. Y así decía:

“Es cierto, Señores Principes, que donde ay tales tierras que debe de aver infinitas cosas de provecho, mas yo no me detengo en ningun puerto, porque querría ver todas las más tierras que yo pudiese para hazer relacion d´ellas a Vuestras Altezas; y tambien no sé la lengua, ya la gente d´ estas tierras no me entienden, ni yo ni otro que yo tenga a ellos; y estos indios que yo traigo, muchas veces le entiendo una cosa por otra al contrario; ni fio mucho d´ ellos, porque muchas vezes an provado a huir. Mas agora, placiendo a Nuestro Señor, veré lo más que yo pudiere, y poco a poco andaré entendiendo y cognosciendo y faré enseñar esta lengua a personas de mi casa, porque veo qu´es toda la lengua una fasta aquí”. Porque fue sin duda esto de la mutua ignorancia de la lengua una de los principales obstáculos para comprender mejor lo que explicaban los nativos que se acercaron a estos curiosos personajes que venían de tan lejos. Y veamos lo que explicaba en este sentido: “…por lo cual dize que ni les creía lo que le dezian ni los entendía bien, ni ellos a él, y diz que avian el mayor miedo del mundo de la gente de aquella isla, así que, por querer aver lengua con la gente de aquella isla, le fuera necessario detenerse algunos días en aquel puerto, pero no lo hazía por ver mucha tierra, y por dudar qu´el tiempo le duraría. Esperava en Nuestro Señor que los indios que traía sabrían su lengua y él la suya, y después tornaría, y hablará con aquella gente y plazerá a Su Magestad, dize él, que hallará algún buen resgate de oro antes que buelva”.   

Hay sin embargo un testimonio que muestra el casi respeto reverencial de los nativos hacia los españoles. Respeto que en algunos casos los hizo aproximarse sin mayor recelo a ellos y en otros muchos hacerlos reflexionar que lo mejor para sus vidas era alejarse lo más posible de estos desconocidos intrusos. Veamos sino lo que llegó a escribir el almirante: “Mas ni los indios qu´el Almirante traía, que eran los interpretes creían nada ni el rey tampoco, sino creían que venían del cielo, y que los reinos de los Reyes de Castila eran en el cielo y no en este mundo”.  

Y como su diario está plagado de referencias muy curiosas y originales, creemos que una de ellas es realmente significativa: “Dixeronle los indios que por aquella vía hallaría la isla de Matinino, que diz que era poblada de mugeres sin hombres, lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar diz que a los Reyes cinco o seis d´ ellas. Pero dudava que los indios supiesen bien la derrota, y él no se podía detener por el peligro del agua que cogían las carabelas, mas diz que era cierto que las avía y que cierto tiempo del año venían los hombres a ellas de la dicha isla de Carib, que diz qu´estava d´ellas diez o doze leguas, y si parían niño enbiávanlo a la isla de los hombres, y si niña, dexavanla consigo. Dize el Almirante que aquellas dos islas no devían distar de donde avía partido XV o XX leguas, y creía que eran al Sueste, y que los indios no le supieron señalar la derrota”. 

Pero es cierto que lo que más le preocupaba era no entender ni jota de lo que decían estos habitantes de las tierras recién descubiertas. Y así dice que envía a España para que se entienda mejor nuestra Santa Fe a caníbales, hombres e mujeres e niños e niñas “…los cuales Sus Altesas pueden mandar poner en poder  de personas con quien puedan mejor aprender la lengua…”. Pero lo que creyó en un principio luego lo corrigió y afirmó rotundamente, lo siguiente: “Es verdad que como esta gente platican poco los de la una isla con los de la otra, en las lenguas ay alguna diferencia entre ellos, según como están más cercano o más lexos; y porque entre las otras islas las de los caníbales son muchas, grandes e harto bien pobladas, parecerá acá que tomar d´ellos e d´ ellas e enviarlo a alla en Castilla no sería sino bien, porque quitarse ían una ves de aquella inhumana costumbre que tienen de comer ombres, e allá en castilla, entendiendo la lengua, muy más presto recibirán el bautismo e farán el provecho de sus almas, e aun entre estos pueblos que non son de estas costumbres se ganaría gran crédito por nosotros, viendo que aquellos prendiesemos e cabtivasemos de quien ellos suelen recibir daños e tienen tamaño miedo que del nombre sólo se espantan”.

Hay testimonios u opiniones que leyéndolas hoy nos provocan mucha risa y es cuando afirma que la tierra tiene forma de teta. Y aunque parezca un disparate, leamos lo que escribió al respecto: “Agora vi tanta disformidad como ya dixe; y por esto me puse a tener esto del mundo, y fallé que no era redondo en la forma qu´escriven, salvo que es de la forma de una pera que sea toda muy redonda, salvo allí donde tiene el pezón qu allí tiene mas alto, o como quien tiene una pelota muy redonda y en un lugar d´ella fuesse como una teta de muger allí puesta, y qu´ esta parte d´este pezon sea la mas alta e mas propinca al cielo, y sea debaxo la línea equinoccial, y en esta mar Occéana, en fin del Oriente (llamo yo fin de Oriente adonde acaba toda la tierra e islas). E para esto allego todas las razones sobreescriptas de la raya que pasa al Occidente de las islas de los Acores cient leguas de Septentrión en Austro, que en passando de allí al Poniente, ya van los navios alçandose hazie el cielo suavemente, y entonces se goza de más suave temperancia y se muda el aguja del marear”. Y como su admiración iba de un tema a otro o de una isla a la otra llega a decir con toda autoridad que lo que él ha descubierto es sin duda el Paraíso terrenal. Para confirmar su dicho, que esta afirmación es conforme a la opinión d´ estos sanctos  e sacros theólogos”.

Y no sabemos si por mandarse la parte o porque en realidad tal fue lo que ocurrió el Almirante habla de sus “veinte años de servicio que yo he servido con tantos trabaxos y peligros, que oi día no tengo en Castilla una teja; si quiero comer o dormir no tengo salvo el mesón o taverna, y las más de las vezes falta para pagar el escote. Otra lástima me arrancava el corazon por las espaldas, y era Don Diego, mi hijo, que yo dexé en España tan huérfano y desposessionado de mi honra e hazienda; bien que tenía por cierto que V. A., como justos y agradecidos Príncipes, le restituirían con acrecentamiento en todo. 

Allí supe de las minas del oro de la provincia de Ciamba, que yo buscava. Dos indios me llevaron a Caramburú, adonde la gente anda desnuda y al cuello un espejo de oro, mas no le querían bender ni dar a trueque. Nombraronme muchos lugares en la costa de la mar, adonde decían que avía oro y minas”.

A pesar de sus reiteraciones de escribir cosas de las que poco o nada entendía este primer testimonio del primer contacto del europeo (sin olvidar las referencias que existen a los vikingos etc, etc.) con los nativos es algo que nos conmueve y nos llena de admiración teniendo en cuenta cómo llegaron a América los descubridores y la gigantesca dosis de locura y genio que permitió que la aventura emprendida tan a ciegas y tan llena de ignorancia se concretara en una nueva página de la historia de la humanidad que abrió una perspectiva absolutamente distinta a la que se tenía hasta entonces. Allí en esas páginas que escribiera Colón están escritos los primeros balbuceos de la Edad Moderna.