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Referente feminista nombrada editora de Género en The New York Times

Jessica Bennett está muy resfriada. Su voz suena rasposa y grave, y habla con pausado esfuerzo. Esto es, en cierta manera, irónico, dado que cuando ella llamaba a personajes de la política para sesudas notas de investigación en algunos de los principales medios de Estados Unidos (trabajó en The Boston Globe, Time y Newsweek, además de The New York Times), enseguida le decían que sonaba como una Valley Girl, una adolescente tilinga de la soleada California, y no la tomaban en serio..



Este es tan solo un ejemplo de lo que ella llama el "sexismo sutil" que enfrentan las mujeres en la vida laboral. Un par de años atrás, exasperada, con un grupo de amigas armó el Club de Lucha Feminista. Cada dos meses se reunían con vino y una picada a contar sus experiencias y compartir tanto frustraciones como técnicas que les permitían salir adelante. En 2016, las publicó con humor en la forma de un libro ilustrado con el título El club de la lucha feminista: manual de supervivencia en el trabajo para mujeres, y el efecto en la crítica y los formadores de opinión fue monumental. Sheryl Sandberg lo calificó de "provocador, divertidísimo y útil, con las herramientas que toda mujer necesita para combatir el sexismo". The Observer lo decretó la nueva "Biblia para el trabajo" y Playboy -¡hasta Playboy!- lo llamó un PSA "que se necesitaba tremendamente". Aquí valga la aclaración que PSA es Public Service Announcement, o Servicio de Anuncio al Público, pero Bennett típicamente usa esas siglas cuando quiere dirigirse a los hombres con lo que llama un Penile Service Announcement, o Servicio de Anuncio al Pene, que es el doble sentido que obviamente Playboy tomó.

Varios de los términos que Bennett así compiló en su libro se volvieron ya parte del léxico cotidiano y armas de combate en la era del movimiento #Metoo. Pero su coronación más simbólica ocurrió pocos meses atrás: The New York Times la nombró editora de género, un puesto nuevo que atraviesa distintas secciones y plataformas y que revolucionó a la Vieja Dama Gris.

Jessica Bennett claramente hoy es el nombre de rigor al invocar temas de género, aunque ello haya sido lo que la catapultó a la fama todavía tiene algo difícil de creer para ella.

"Yo soy de la generación de las Spice Girls, del Girl Power -recuerda Bennett, nacida en 1981, en diálogo con LA NACION revista-, y pensaba que nuestras luchas iban a ser otras. Hasta que no terminé la universidad y entré a trabajar en Newsweek ni me había dado cuenta de que las mujeres y los hombres no éramos tratados de la misma manera. Ahí pensé: 'Epa, parece que tengo que ser feminista', pero hasta ese momento lo consideraba una reliquia de la época de mi madre, de luchas que ya se habían ganado hacía tiempo".

-¿Cuál fue la mayor sorpresa después de publicar el libro, que se volvió tal fenómeno social?

-¡Donald Trump! Yo, como gran parte de los que trabajamos en los medios, dábamos por hecho que íbamos camino a la primera presidente mujer. Imaginate lo que se siente hacer todo un libro sobre las formas sutiles en las que todavía se siente el sexismo y que, de pronto, ves cómo el país elige un presidente que es lo opuesto a sutil en todo. Incluyendo, por supuesto, sus comentarios respecto de las mujeres e incluyendo acusaciones de acoso sexual en su contra. Hasta cierto punto yo sentí: "Ay, mi Dios, quizá no debería estar escribiendo sobre el sexismo sutil en la oficina. Debería estar lidiando con el sexismo abierto y evidente...".

-¿Por qué seguiste adelante con el sexismo sutil, entonces?

-Porque me di cuenta de que el sexismo sutil fue, en buena parte, lo que llevó a Trump al poder. Estaba implícito en la forma en la que se cuestionaba constantemente si Hillary Clinton -pero no él- era confiable y si Hillary Clinton -pero no él- estaba debidamente calificada. Esto concuerda con estudios que prueban que las mujeres deben estar doblemente cualificadas que sus pares masculinos para ser percibidas como igualmente buenas. Se le pedía a ella -pero no a Trump- que sonriera más, se la calificó de chillona, lo cual nunca se hace con los hombres. Y Hillary, como tantas mujeres, tenía que encontrar ese balance casi imposible entre ser agradable y tener autoridad. Si era cálida, era débil; si era fría, era mandona. El sexismo sutil hizo que fuera fácil perdonar a Trump una carrera llena de errores, pero los errores de una mujer son más duramente criticados y se recuerdan por más tiempo.

-¿Cuál fue la mayor sorpresa después de llegar a la posición en The New York Times de la que todo el mundo parece estar hablando?

-Yo entré en el diario un par de semanas después de que el escándalo de Harvey Weinstein saliera a la luz. Así que los primeros meses todo fue sumergirnos de cabeza en casos de acoso sexual. Con el cinismo típico de periodista yo estaba alerta esperando el cansancio del público, que se aburrieran los lectores, o que algún tipo de gran reacción negativa surgiera. Y, sin embargo, todavía no pasó; por el contrario, el tema se fue expandiendo, convirtiéndose en un fenómeno global fascinante.