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Belgrano, el bien amado

Es destacable el hecho que en los tiempos de la revolución de Mayo de 1810 pocos o casi ninguno de los protagonistas de aquellas jornadas contó con una suerte de respeto general, admiración o cariño o como se dice hoy en día de acuerdo a las encuestas de alto rating de reconocimiento público..



Por Miguel Bravo Tedín

Quizás el único de la larga lista de defenestrados o rechazados por la opinión pública de aquellos tiempos fue Manuel Belgrano. No fue ni carismático ni populista ni hombre de largos y medulosos discursos fue como podría haberlo catalogado algún griego un fiel exponente del “Áurea mediocritas” es decir alguien así como una dorada medianía. El hombre sabía mucho más del común de aquellos tiempos. Sus años en España le dieron una perspectiva real de lo que era la metrópolis, pero además, tuvo una larga y profunda convivencia con las ideas progresistas y revolucionarias de aquellos años. Leyó, eso sí con permiso del Santo Oficio, los libros prohibidos en España, de Voltaire, Rousseau, Dalamberg, etc. y de todos fue extrayendo una filosofía de vida profunda, noble y humanística. Alguna vez dijimos que el hecho que su padre estuviera en prisión largos años por haber participado activamente del fraude de la Aduana de Buenos Aires fue quizás el elemento psicológico que lo hizo rechazar toda codicia. Amó por la austeridad, acentuando en él una profunda moralidad, destacada sin duda no solamente en aquellos tiempos convulsos sino hasta los tiempos presentes, pues es cierto que Belgrano encarna la imagen del republicano austero, ético y siempre encarrilado en una conducta intachable.

Por eso en aquellos tiempos donde todo era cuestionado y puesto en la picota, famas, honras, y demás a Belgrano no se le conocen que alguien lo rechazara y lo condenara por alguna conducta inadecuada. Veamos algunas de las opiniones que sobre él se dejaron escrita: “En los años de 1812, 13 y 14, el general Belgrano vestía del modo más sencillo, hasta la montura de su caballo tocaba en mezquindad. Cuando volvió de Europa en 1816 era todo lo contrario, pues aunque vestía sin relumbres, de que no gustaba generalmente, era con un esmero del que pone en su tocador el elegante más refinado, sin descuidar la perfumería. Con sus opiniones políticas habían variado sus gustos porque de republicano acérrimo que era al principio, se volvió monarquista claro y decidido”.

Belgrano fue si quisiéramos definir su actuación, un general que sabía muchas cosas pero muy poco de armas. Lo que nos señala el hecho que si bien las batallas que ganó fueron de mucha significación para nuestra historia no es menos cierto que gran parte de ese triunfo se debió además de su empeño en desobedecer las ordenes del gobierno central fruto en gran parte de la buena suerte y de la buena conducta guerrera de la mayor parte de sus jefes y soldados. Ello no obstante tal era el respeto que el ejército tenía hacia su persona que cuando se hizo cargo San Martín de jefatura del ejército del Norte, éste no permitió que Belgrano cumpliera la orden del gobierno de regresar a Buenos Aires para ser sometido a juicio. Muy por el contrario San Martín teniendo en cuenta muy especialmente el respeto y cariño de los soldados que hasta entonces había mandado con suerte despareja lo designó como segundo al mando pues pensó con muy buen criterio que no podía desdeñar el valor para la disciplina y éxito de su empresa libertadora lo mucho y bueno que significaba tener junto a él a este improvisado y respetado general. En el conocimiento de los hombres si alguien hubo destacado fue justamente San Martín y no por nada tiempo después y luego que él se había ido a Mendoza para organizar el ejército libertador y Belgrano marchado a Europa para conocer la realidad política de allá, a su regreso y luego de participar en las primeras sesiones secretas del Congreso de Tucumán Belgrano quedó al mando del ejército que en Tucumán tenia como misión apoyar a Güemes y sus gauchos algo que hizo casi hasta el final de su vida.

Pero veamos lo que decía otro comentario de aquel tiempo sobre el mismo: “El vocal del gobierno doctor don Manuel Belgrano, fue nombrado general en jefe de las tropas destinadas a la Banda Oriental del Río de la Plata: nacido en Buenos Aires, lo enviaron a España cuando joven, estudió en Salamanca, se graduó de jurisprudencia en Valladolid y se recibió de abogado en la misma corte de Madrid. Cuando regresó a su patria, se distinguía por sus adelantamientos en el derecho público y en economía política, y ellos le merecieron el nombramiento de secretario del tribunal consular en el año 1793. En la primera invasión de los ingleses el año de 1806, Belgrano era capitán de milicias urbanas; después de la reconquista, el general Liniers lo nombró sargento mayor del regimiento de patricios, cuya comisión renunció muy poco tiempo después por las alarmas que habían empezado a inspirar sus sentimientos de independencia. En la segunda invasión de los ingleses el año de 1807, sirvió de ayudante de campo del cuartel maestre general don César Balbiani. Sin que quepa ningún género de duda, este distinguido americano en unión de sentimientos con sus compatriotas Castelli, Vieytes y peña, fue de los primeros que empezaron a sembrar en Buenos Aires ideas de variación en el sistema colonial; aún parece indudable que no considerando posible esta grande obra, sin la protección de otras naciones, entró como parte principal en las conferencias que tuvieron en 1808 y 1809 sobre si se admitirían o no las ofertas que empezó a prodigar entonces la Corte de Portugal; él concurrió y votó en el congreso general del 22 de mayo por la deposición del virrey, y nombrado vocal del gobierno primitivo se consagró a la causa de su patria con tal desinterés y con tanta elevación, que bien pudiera  llamarse el primer modelo de la pureza revolucionaria. Belgrano ni había nacido para general ni había estudiado para serlo: sus costumbres, sus habitudes, todo su método de vida, eran un hombre de bufete; laborioso en el ejercicio de su profesión, pero muy apegado a las comodidades de la existencia;  social y tratable por carácter y educación, pero de una regularidad casi rígida en su conducta moral. El admitió sin embargo un destino cuya primera exigencias consistía en el abandono total de sus inclinaciones, de sus goces, o de toda su economía; él lo admitió sin trepidar consultando únicamente sus sentimientos patrióticos, la necesidad de trabajar para hacerlos productivos, y sobre todo, la obligación de resignarse a las disposiciones del gobierno que había contraído el compromiso de conducir y salvar la revolución sin más elementos que los que él pudiera promocionarse. Se dijo entonces que esta preferencia había alarmado a algunos de los coroneles y otros jefes de menos graduación de los que abundaban en la capital; podrían tener razón, en efecto, para considerarse en cierto modo superiores en materia de profesión, y aun para desear distinguirse en el servicio de su patria; pero no podían tenerla para aspirar a una comisión que era peligrosa confiarla a quien no reuniese principios fijos de política, una conciencia segura de la justicia de la causa, una razón ilustrada para difundirla y el conocimiento de todas las combinaciones”.  

Falleció a los 50 años, estragado, enfermo, pobrísimo y el único bien que poseía se lo regaló al doctor José Redhead, el médico y científico escocés que lo cuidó en el Norte.

Su muerte pasó desapercibida u olvidada. Pasaría medio siglo y recién la monumental obra de Mitre “Historia de Belgrano” puso los puntos sobre las íes y comenzó una paulatina reivindicación de su persona y su obra.

Aunque creemos que aún hoy es el mejor ejemplo de lo que debe ser un hombre de honor y de conducta.