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Un niño engañado es un adulto escaldado

Recuerdo muy bien algo que solían decir nuestros maestros, allá lejos y hace mucho, cuando iba a la primaria: “el ahorro es la base de la fortuna” algo que nunca supe muy bien si era cierto o era nomás una frase hecha. Y o si los maestros querían que fuéramos todos gente de recursos posibles o plata, mucha plata..



No creo que ese consejo, viéndolo de lejos, fuera muy bueno porque si lo hubiera sido podría la frase de marras tener como agregado pertinente: “el ahorro es la base de la fortuna y de la honradez” o algo por el estilo.

Francamente se nos inculcaba el amor al dinero. Y eso que en aquellos años la marchita de marras hablaba de “combatiendo el capital”, es decir lo que predicaban los maestros en realidad se daba de calabazas con lo que predicaba  el gobierno de la nación o el movimiento como también se le puede decir. De cómo ahorrabas era otro cantar. Se podría birlar unos pesos de la billetera a tu padre o del monedero de ella, tu madre, que en el fondo sabía que algo le distraerías de su monedero porque siempre lo encontrabas más o menos a mano.

Y después venía el segundo paso: ir a la estafeta u oficina de correos, llevar la libreta de ahorros que todo niño o la mayor parte de ellos guardaba y protegía como si fuera su mayor y más preciado tesoro, pedir a la encargada que le sellase la suma depositada en el casillero correspondiente previa colocación de la estampilla por la cantidad de dinero entregado y marcharse feliz y contento porque la patria reconocida y buena sabría recompensar a los niños ahorrativos y sanseacabó. Mejor dicho la cosa continúo por muchos años. Recuerdo que mi libreta de ahorro tenía sus buenos pesos o sarmientos o belgranos o vaya a recordar uno que prócer de esos tiempos que mostraban a un niño que alguna vez sería hombre de fortuna si cumplía como mandaba los consejos de la libreta con la humilde tarea de ahorrar pesitos, pasó el tiempo y creo haberme olvidado de la famosa libreta de ahorro y pienso que el final de todo este hermoso verso es que nunca logré cobrar un solo peso con intereses incluidos. Nunca supe dónde fueron mis ahorros confiado como buen niño y futuro buen ciudadano y patriota que eso era mi sentir. La verdad que nunca recuperé nada de nada y pienso que fueron millones los niños argentinos que fueron victimas de ese olvido o esa patraña que para mi fue una desilusión pues nunca llegué a ser millonario por ese camino ni por cualquier otro y pienso que en definitiva en mi caso fue simplemente una pequeña estafa que la patria agradecida me hizo pero era pequeña para mi. Pienso en esos muchos pesos que junté durante bastante tiempo que pasaron a formar parte de mi curriculum de niño boludo o crédulo o como se quiera definir la cosa. Al igual, supongo, que millones de niños tan argentinos e inocentes como uno que creyeron en este lejano e inolvidable timo. O choreo que nomás comencé a caminar me supo enseñar y afanar la patria. Fue la primera vez que mis humildes pesos pasaron a la historia y después con los años fui apuntando otros timos o similares o peores, por ejemplo cuando en el 66 cayó el modesto régimen pero honrado que nos gobernaba y apareció Ongania que trastocó bastante mi modesta economía o tiempo después cuando un tal Rodrigo ya más grandecito me ladroneó en serio y siguió mi curriculum de argentino engañado y vino la hiperinflación de Alfonsín y la convertibilidad de Menem y la crisis del 2001 y así sucesivamente. Puedo decir que aquella humilde libreta de ahorro fue el comienzo de una larga y absurda cadena de engaños o tropiezos financieros no solamente míos sino del país y es que si algo ha habido como consustanciado a nuestro estilo de vida es la crónica crisis en la que estamos hoy y en la que, seguramente, estaremos mañana o más allá. Recuerdo que mi hermano se fabricó una suerte de caja fuerte de madera y ahí guardó sus pequeños ahorros, pues siempre fue muy desconfiado con esto de llevar sus moneditas al correo y depositarlas ingenuamente para que alguien no se sabía quien algún día le daría un poco más de dinero. Y ahí guardó sus pequeños ahorros que como buen hermano que era yo cada tanto le introducía un largo gancho de alambre y me compensaba parte de lo que el desagradecido, infame y ladrón estado argentino me robó o “descuidó” durante muchos años. Aunque lo bueno y destacado de toda esta corta historia o larga mejor dicho es que por culpa de esa gigantesca estafa nunca llegué a ser un hombre de fortuna al igual que la mayoría de los niños argentinos de aquel entonces.