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Arturo Ortiz Sosa fue un cálido representante de la cultura y la sociedad riojana

El historiador Miguel Bravo Tedin, dialogó con El Independiente Digital respecto al legado que deja el recientemente fallecido Arturo Ortíz Sosa a la cultura e historia riojana. Bravo Tedin editó dos publicaciones del conocido rector de quien resaltó “Fue el último representante de toda una generación de riojanos preocupados por reivindicar la historia, la geografía, las costumbres, la idiosincrasia y el paisaje local”..



“Con la desaparición de Arturo Ortiz Sosa desaparece una generación de hombres y mujeres que en La Rioja especialmente, dieron mucho a la historia, a la crónica y al periodismo no solo lugareño sino nacional tanto como Dardo de la Vega Diaz, Elías Ocampo, Héctor Barrionuevo, los Mercado, Efraín de la Fuente y demás”, señaló el historiador mientras agregó “Es decir, fue un testigo y un cronista de una Rioja que él contó con una maravillosa gracia porque escribía muy bien”. Sobre los trabajos editoriales publicados por Ortiz Sosa, Bravo Tedin detalló “Era ameno, curioso de esa Rioja de 60 o 70 años atrás que escribió antes como corresponsal durante décadas del diario La Nación y las reúne en Crónicas de Medio Siglo. Y también hizo un libro que fue un homenaje a todos aquellos que habían hecho de La Rioja, en el siglo XIX, un lugar donde la cultura popular, la buena enseñanza, había tenido como cuerpo  siendo durante muchos años rector del Colegio Nacional. Escribió un libro ameno, gracioso y con muchas anécdotas de esa vida poniéndole “El Colegio de los Don”. Ambos libros los edité cuando tenía la editorial Canguro. De ahí yo lo traté mucho tiempo a Ortíz Sosa, era muy buena persona que venía de una época bastante dura como fueron los años que tuvo preso en la época de los militares, que torturaron a uno de los hombres más dignos y nobles de La Rioja”.

Al respecto reflexionó “Hay cosas que no se explican, un hombre que dejó testimonio de vida, de educación, de cultura, que nunca fue enemigo de nadie sino amigo de muchísimos. Tanto es así que los libros los saqué mediante el apoyo de ex alumnos de él que lo estimaban tanto como para bancarle una edición bien importante. Me acuerdo de la presentación que se hizo en el Colegio, me habían dicho que en la época del rectorado de Ortiz Sosa a media mañana se distribuían unas galletas o especies de tortas que yo hice fabricar y en una canasta de mimbre las repartí a la gente que estaba allí en el salón. Me acuerdo que muchos lloraban de emoción primero por lo que significaba ese libro en el recuerdo y constancia de una etapa interesantísima en la educación popular de La Rioja, pero además él en su carácter de profesional en ese libro de Crónicas era bastante obsesivo en cuanto a la perfección. El iba contando aspectos de esa Rioja que iba desapareciendo en aras de esa modernización necesaria que en La Rioja adquirió una suerte de solemnidad. Todo ese testimonio riquísimo de qué era La Rioja del año 30 en adelante hasta bien finalizado el siglo XX está en ese maravilloso libro que merecía que todo el país conociera por la riqueza de su curiosidad, de su capacidad de expresión”.

Para finalizar Bravo Tedin concluyó que “Ese fue Arturo Ortiz Sosa al que conocí y aprecié como uno de los grandes protagonistas y cronistas de La Rioja. Alguien que no merecía tanto sufrimiento y tanta vida difícil en una época también difícil pero que en su caso fue injusta en muchos aspectos. Por eso su desaparición me dolió mucho porque lo conocí mayor, dando testimonio de lo que había hecho en su vida. Para mi fue uno de los representantes más cálidos y nobles de lo que fue y de lo que es la cultura y la sociedad riojana”.

“Creo que fue el último representante de toda una generación de riojanos preocupados por reivindicar la historia, la geografía, las costumbres, la idiosincrasia y el paisaje. La Rioja era una sociedad pintoresca y llena de personajes notorios y hasta extravagantes que tenían su originalidad. Esa mirada curiosa de periodista y de profesor. El dejó un recuerdo hermoso en esta historia lugareña y por qué no como testimonio a nivel nacional de lo que era su Rioja querida”.

Cabe mencionar que aunque ambas publicaciones escritas por Arturo Ortiz Sosa no están disponibles para la venta, pueden consultarse en la Biblioteca Mariano Moreno y en la Biblioteca del Colegio Nacional.

Con autorización del autor "Crónicas de Medio Siglo" se compartió digitalmente en el sitio http://comunicayperiodismo.blogspot.com 

 

Así escribió Arturo Ortiz Sosa

El Tajamar

Un conocido personaje popular, de esos que ambulan por las calles, dando color y sabor al paisaje, nos decía una vez, muy seriamente, que “si La Rioja hubiese sido fundada en el campo”, aquí no haría tanto calor y se podría gozar de las delicias de la brisa y de los arroyos cantarinos.

Y en tan singular afirmación, debieron influir inconscientemente, el pavimento y el Río Tajamar.

El primero, porque según dicen los que conocieron a La Rioja “de antes” aquí y en el largo verano, hace calor, no por razones de solsticio, sino por obra y gracia del asfalto, que recibe el calor del sol y lo expande, como un inmenso espejo cruel.

Y el Río Tajamar, ese río seco que ciñe a la ciudad por el Oeste y por el Norte, con un largo abrazo de arena.

Es claro que este río también fue joven y tuvo agua. La suficiente para deslumbrar al Fundador, en complicidad con el cerro que hoy lleva su nombre.

Fue a los hombres a quienes se les ocurrió cegarlo con una presa y desde entonces, las correntadas se quedan en el Dique Los Sauces. Y del orgulloso río Don Juan Ramírez de Velasco, sólo queda un avergonzado cinturón de arena, vencido por los barrios de allende sus riberas y por la impiedad de las gentes, que lo humillan con basura y desperdicios.

Del libro "Crónicas de Medio Siglo", Editorial Canguro

 

El Bulevar

Antes era una acequia larga y prolífica que daba de beber a los predios ciudadanos y que germinaba en quintas de naranjos, de vides y verduras. En esas quintas que dieron fama de perfumada a esta somnolienta ciudad del Velasco. Por eso Joaquín V. González, Arturo Marasso y César Carrizo, pudieron evocar, sin exageraciones, el olor a azahares que en esta Rioja lo envolvía todo.

Y por cierto que la calle por la que corría aquella debía llamarse la de “La acequia del medio”. Acequia que la acompañaban en su recorrido de cuadras y con puentes en las esquinas para que pasaran gentes y carruajes.

Para cuando llegó la era del afrancesamiento, también se afrancesó la calle de la Acequia del Medio y tuvo vergüenza de seguir llamándose así y se convirtió en el “Bulevar”. Quizás porque tenía árboles y dos avenidas.

Y el Bulevard fue escenario de corsos en carnaval y lugar de desahogo en verano. Familias enteras y serenateros lo recorrían a lo largo de sus nueve cuadras en coches descubiertos, que permitían distribuir saludos y sonrisas para los que sentados en las aceras en cómodas hamacas, actuaban en dueños del fresco y de las brisas.

Pero el progreso lo aventó todo y tapó la acequia y taló los sauces y cubrió de asfalto lo que antes fue tierra y empedrado.

Hoy, el bulevard es una ancha avenida flanqueada por plateadas columnas de iluminación a gas de mercurio, que nace en el Arco de entrada a la ciudad, por el Sur, por la Ruta Nacional 38 y termina en una plazoleta pequeña y acogedora en la que una imagen blanca de la Virgen de Fátima, invita a la oración y el recogimiento.

En esta ciudad, en la que las calles cambian frecuentemente de nombre, bueno sería que esa plazoleta de extramuros, humilde como la Casa de Nazareth, siguiera llamándose la Plazoleta de la Virgen.

 

Del libro "Crónicas de Medio Siglo", Editorial Canguro