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Héctor Olivares ha sido siempre un hombre de honor

Olivares fué agricultor antes de ser político.



El país entero ha asistido con ansioso anhelo el cruel proceso del mal producido por una bala asesina y la lenta agonía del diputado radical, como si sintiera que libraba una batalla desesperada contra el destino, en la que estaba comprometido lo más noble, lo más bravo, lo más aguerrido y glorioso de la representación popular… cuando llegó la hora del fatal desenlace, cuando los ecos tristes de las noticias repitieron: “Olivares ha muerto”, las frentes se inclinaron y las voces se enmudecieron en el silencioso recogimiento de un duelo profundo, con la dolorosa sensación de una muerte absurda. Ha muerto un justo. Había caído un ciudadano cargado de servicios y de honra. Ninguna bala asesina, lanzada por mano infame, puede perforar la coraza de un hombre de honor. Héctor ha sido siempre un hombre de honor.

Olivares fué agricultor antes de ser político. Hendir el cerco con el arado, sembrar la semilla y esperar el fruto, es la faena paciente y diaria  que dá mieses y endurece el carácter y así, cultivó el alma tanto  como el campo y  ¡qué triste un cultivo sin el otro! De ahí su figura erguida, pura, simpática, recia, que cuando estrechaba la mano uno advertía  que sus callocidadez venían de la fajina y no del ocio. Animaba ese su cuerpo un alma sana, infinitamente abierta a los grandes sentimientos y a todas las abnegaciones si  así lo exigía la república, el partido o sus amigos. Nunca fue locuaz; por lo que, siempre fue elocuente. Ni rehuía combate, ni gustaba de provocarlo. ¡Qué desconsuelo ver morir, en lo más rudo de la faena, a tan gran trabajador!

Llorarlo es poco. Imitar sus virtudes es el único homenaje grato a las grandes naturalezas y digno de ellas. Como aquel mítico ejemplo de la antigüedad romana, Lucio Cincinato, arquetipo de rectitud, honradez, integridad y frugalidad rústica, “abandonó el arado para servir a la república”. Cuando era el tiempo de cosechar los frutos del trabajo y disfrutar con su familia tomó el camino donde se deciden los destinos nacionales, que son los caminos que conducen a la cumbre y al precipicio.

Héctor estaba completando su segundo período como diputado nacional. Mandato que cumplió con entera dedicación y responsabilidad. Algún comentarista banal, de esos que se maquillan para exhibirse, decía que tenía “bajo perfil”, no saben que “¡los hombres no se muestran,  los hombres se prueban!, al decir de José Martí.

Pero su figura se agranda como presidente de la Unión Cívica Radical. Ser radical es mucho más que una afiliación partidaria, es abrazar un ideal y sostener una creencia. Es servir al hombre para que sea libre y a la república para que sea justa. Las repúblicas se hacen de hombres; ser hombre es en la tierra dificilísima y pocas veces lograda carrera. Héctor  se puso al hombro el Partido en los momentos más difíciles, él sabía que el peso se ha hecho para algo, para llevarlo, porque el sacrificio se ha hecho para merecerlo.

Uno de sus últimos actos en defensa de la Constitución ha sido ponerle freno a la ambición de poder ilimitado en la provincia. Y tengo el deber de decirlo sin dogmatismos cerriles: Héctor Olivares no ha sido diputado de alianzas de circunstancia, ha sido diputado de su religión civil que abrazó desde joven, la Unión Cívica Radical.

Ningún mártir muere en vano, ni ninguna idea se pierde en el ondular y en el revolverse de los vientos. Para ellos la muerte es una victoria, y cuando se ha vivido con honor, el féretro es un carro de triunfo.

La bandera argentina que estuvo a media asta cuando murió, hoy flamea a todos los vientos por el ciudadano probo, el esposo abnegado, el padre justo, el amigo digno, que supo ser hombre: “Y cuando él alzó el vuelo, tenía limpia las alas!”.