Lo cierto es que llegaba navidad, y ese clima festivo mezclado con el calor infernal de los llanos riojanos no quitaba las ganas a los niños de cantar en los pesebres del pueblo. El padre Federico, cumplía una especie de amansamiento y claridad espiritual haciendo su trabajo en estos paramos..
Por Antonio Díaz
Olvidar la verticalidad, reconocer en el hijo de Dios cualidades de un líder político cuyo mensaje era despertar conciencia y distribuir las riquezas de forma equitativa como el mana o las codornices que llegaron todos por igual en el éxodo, era inadmisible para la curia que coqueteaba con el poder en 1977. Todavía en el aire se respiraba humo, miedo, sangre y el silencio aterrador provocado por las balas que no se sabía cuál era su destino donde impactarían, pero aturdían. Palabras como comunidad, imperio, derechos, eran obscenas, reflejaban una parte del hacer de esa iglesia que no quería migrar, dejar corazones vacíos o huecos en las almas por no dar esos abrazos interminables que entendían el dolor, tragarse los miedos , el llanto sin pronunciar palabra alguna.
La consigna fue clara y precisa, todos los niños debían hacer sus panderetas, los toc toc, los triangulitos, buscar en sus familias, amigos del barrio alguien que los acompañe con la guitarra y cantar en los pesebres. Adorar al niño con villancicos heredados de España , entreverados con algunos autóctonos que reflejaban la vida en el árido riojano, recortaban un tiempo profano y lo resignificaban en la novena del Salvador recreando una guardería en la mesa tendida bajo un viejo chañar . Los pueblerinos asisten a esta celebración de la fe con los ojos cargados de esperanzas rogando que llegue la justicia y las lluvias. Llevan en sus manos curtidas por el desencanto flores de cardón, jugosas tunas, pan casero, algarroba nueva, como ofrendas a esa mesa que compartirán. También llevan un nudo en el corazón, las lenguas rotas y retazos de homilías que suenan como truenos en la soledad de la noche pero no pueden repetirse por temor al “nuevo orden” que asecha.
Es en ese breve instante donde solo es necesario un chispazo para encender la luz de la conciencia, ver las relaciones asimétricas del poder que dejan a miles de personas como un número en las estadísticas y engrosan las pirámides con sus datos matemáticos, fríos y objetivos. Para los íntimos, la familia, los amigos queda el registro de alguna foto, un apodo, una anécdota, el nombre sencillo que fue nombrado millones de veces sin gastarse. Para los otros señores este pueblo que camina es casi nada, un nadie, o solo una cifra en folios apilables.
Lisandro, morenito de cabello oscuro cortado bien prolijo, de carcajadas frescas por donde se cuela el sol dejando ver esas ventanas del niño que se va perdiendo, le dijo al padre Federico -quiero cantar al niño Dios y aprender más de Jesús yo voy hacer mi pandereta para cantarle fuerte, ya vera padre que le va a gustar tanto que los coyoyos se va a quedar mudito, ya va ver eso, y se fue.
Construyo su pandereta con unos chapitas de una gaseosa llamada Ñusta, que se elaboraba en la ciudad de Chamical. Estaban guardadas en un frasco grande esperándolo para iniciar la fina tarea de construir el gran instrumento de adoración. Afanosas manos de niño fueron cuidadosamente perforando en el centro de cada tapa de la Ñusta y luego enhebro una por una en un círculo de alambre oxidado que trajo del corral de los cabritos. Su fijación con el numero 33 era innegociable, ésa debía ser la cantidad precisa para suene tan fuerte y armoniosa que despierte cierta envidia en los otros niños su pandereta. El frasco solo contenía 30 chapitas y nada más. En su pequeña obsesión busco por las calles y hasta el único negocio del pueblo las 3 que le faltaban hasta completar el mágico número cargado de poder según su necesidad.
Con la sonrisa grande llego el día del ensayo de los villancicos ante el padre y doña Audolia. Saco la pandereta y comenzó a agitarla con fuerza, golpearla contra su mano mientras enardecido levantaba su voz en cada canto. No tenía ritmo, ni oído musical, pero si las ganas de alabar a ese Jesús que trae esperanza en cada Navidad y con eso bastaba.
En el quinto villancico, el cura Federico lo calmo tocándole un hombro y le dijo - Lisandro déjame ver tu pandereta un ratito. La examino cuidadosamente y apuntó -¡ amiguito aquí está el grave problema!. Los ojos marrones achinados del niño se llenaron de dudas y agua. -En medio de las Ñustas se metió el imperio, mira estas son las 3 chapitas que desafinan porque la Coca-Cola no tiene amor en el sonido, solo ruidos que a las otras apabulla. Sacaremos estas 3 que están de más y veremos como todo cambia. Sus chapitas pequeñas sonaban diferente a las de los botes de aceite que tenían los otros chicos en sus círculos de alambre.
Al otro día Audolia que había escuchado en el almacén del pueblo por boca de la madre del niño, la tristeza que cargaba Lisandro por el fallido ensayo, le llevo las chapitas faltantes perforadas así resuenen esas ñustas , llenando al pueblo de melodías sencillas y abriendo en el cielo surcos de promesas para las nuevas semillas.