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16/02/22

A 187 años del asesinato del General Juan Facundo Quiroga

Juan Facundo Quiroga: Nunca fue pequeño. Fue grande, excesivo, tanto en el bien como en el mal. Su genio no reconocía limitaciones, como si una fuerza de la naturaleza lo empujara siempre..



Por Guito Vergara

Apasionado, tormentoso, contradictorio, perfilado en un drástico juego de luces y sombras, idolatrado y aborrecido a la vez, estaba hecho de la sustancia de los grandes conductores, con su intuición incomparable, el conocimiento de sus paisanos que le había dado su intensa relación con los hombres, su fe corajuda en el propio destino, su arbitrariedad, su valentía inigualada y esc magnetismo que le infundía calidades de jefe nato.

Nació en 1788 en los llanos de La Rioja, en el pueblo de San Antonio. En 1810 ingresó en las milicias porteñas de Arribeños y luego de un paso fugaz por el regimiento de Granaderos a Caballo regresó a Los Llanos, donde se dedicó al reclutamiento de soldados para los ejércitos patriotas. Hábil para instruir y disciplinar a soldados y oficiales, su ascenso fue vertiginoso: entre 1818 y 1827 escaló posiciones hasta alcanzar el grado de Comandante General de La Rioja en 1822 y de Brigadier General en 1827. Ocupó por unos pocos meses la gobernación de La Rioja, pero en realidad fue el cargo de comandante el que lo transformó en el verdadero hombre fuerte de la provincia. Dueño virtual de la situación de La Rioja, tanto por su propia gravitación como por la obsolescencia de las familias tradicionales. Quiroga declina la gobernación y se dedica a trabajar sus propiedades. Sigue viviendo en San Antonio, donde le van naciendo sus hijos y comienza a dejarse una barba renegrida que le come el rostro aquilino enmarcado por una melena indomable. Pero su destino no anda por las huellas del comercio o la incipiente industria de monedas de oro que promueve. Las cosas que están ocurriendo en el país lo obligan a asomarse al escenario nacional. Los desaciertos de los unitarios, empeñados en organizar el país en un sistema de centralismo y la torpe política de Rivadavia le hacen comprender que los hombres como él deben defenderse para no ser barridos. Rivadavia ataca la religión y ha concedido la explotación de las minas del Famatina a una compañía inglesa que él mismo ha promovido. Con el pretexto de la guerra con el Brasil, mandan a Lamadrid a enganchar soldados a Tucumán, pero en realidad la verdadera intención de Rivadavia es derrocar a los gobernadores federales y liquidar 1 todas las situaciones provinciales que pueden resistir el plan unitario. El cordobés Bustos, el santiagueño Ibarra y el riojano Quiroga serán los primeros destinatarios del golpe, todo el mundo lo sabe pero el Congreso aparenta ignorar. Facundo no espera mucho para tomar su resolución; intuye que los pueblos claman contra ese régimen que desprecia la religión tradicional, roba sus fuentes de trabajo al interior, arremete las autonomías penosamente conquistadas el año 20, hostiliza a los hombres más representativos y estafa sus legítimos anhelos de constitución.

Juan Facundo Quiroga pudo ser la gran figura de la organización nacional. Como Buenos Aires no pudo domesticarlo, las traiciones le gastaron su impulso vital, hasta matarlo. Pero de todos modos, hizo cuanto pudo para ver constituir su patria a la manera que él concebía. Cuando debió luchar, peleó con alma y vida. Ciertamente muchas cosas buenas y algunas malas pueden decirse del Brigadier General Juan Facundo Quiroga: pero todas deben decirse en el tono mayor de lo épico, porque el tigre de los Llanos fue un hombre excepcional y su vida también lo fue. Justamente descubrir esta condición fue el gran mérito de Domingo Faustino Sarmiento. Plagio en su figura una serie de errores, inexactitudes, infundios y mentiras pero acertó en los sustancial al revelar la naturaleza impar del personaje y lo demoníaco e infernal de su índole secreta: aquella que hacía mover a Quiroga en un plano de magia y brujería, como si los poderes abismales fueran los que le dieran autoridad y fortuna. Aún hoy en Los Llanos, alguien de vez en cuando suele decir que el General no está muerto, sino que está escondido "en los reinos de arriba". Esta sensación está viva en el pueblo de La Rioja, donde perduran las leyendas que en su tiempo contribuyeron a conformar el mito: el General no dormía nunca, el General leía el pensamiento, al General no se lo podía engañar. El General se aconsejaba con su caballo moro, que le decía cuando debía pelear y por donde debía atacar primero. "el célebre caballo- según Sarmiento- juega un papel de intermediario entre el mundo infernal y Quiroga, jefe misterioso del ejército de capiangos, almas en pena reclutadas en el infierno, que forman su escolta".

Esta riqueza de su personalidad tenía que ser, inevitablemente, un motivo de inspiración literaria. El nombre de Facundo está asociado al de casi todos los grandes escritores Argentinos. José Pablo Feimann en su libro "Filosofía y Nación" describe el asesinato de Quiroga de la siguiente manera: "... un joven le hace saber a Quiroga, camino hacia Córdoba, que un tal Santos Pérez con su partida lo espera para matarlo. Facundo desoye el consejo del joven. Confiaba aún en su enorme poder sobre el gauchaje, en el mitológico prestigio de su nombre: "un solo grito bastaría" dice Facundo.  

Pero lo que realmente ignora Facundo es que ya ha jugado su papel en las guerras argentinas, que ha dado de sí todo lo que se le pidió y que la providencia histórica ha encontrado en Rosas una nueva figura para realizar sus fines. No era la naturaleza quien lo esperaba en Barraca Yaco, sino la historia".

Hoy después de 187 años del crimen de Facundo Quiroga, el pensamiento de nuestro pueblo debe reconstruirse a partir de comprometerse en la lucha por una sociedad más justa y solidaria, contra el atropello de los gobernantes feudales y antidemocráticos, contra el hambre y las injusticias; porque si en pueblo Argentino juega hoy su destino ético y cultural en los desaparecidos y en la ESMA y solo puede recuperarse reflexionado sobre las causas de esa barbarie, nosotros también como riojanos jugamos nuestro destino ético y cultural en que la sangre derramada en los asesinatos de Facundo Quiroga, Ángel Vicente Peñaloza y Enrique Agelelli no será negociada ni olvidada. Entonces sí, pensar, escribir y vivir, solo será posible, al costo de entender ese error como un símbolo de nuestro pueblo.