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Lo cotidiano y lo maravilloso

Dentro de pocos días se cumplirán diez años de la muerte de un hombre, un hindú. ¿Acaso un hecho maravilloso o vulgar y cotidiano..



El 19 de agosto de 2008 murió Habib Miyan. Se había jubilado en 1938. Más o menos para la misma época enviudó. Tenía casi setenta años y andaba recién por la mitad de su vida. Parece que había nacido en 1878.

En el mismo mes de agosto, once años antes, había muerto la francesa Jeanne Louise Calment a los ciento veintidós años.

En realidad Habib fue más viejo que Jeanne porque pasó más de cincuenta años ciego y un largo tiempo antes de morir sin poder movilizarse solo.

Jeanne en cambio se casó a los veintiún años con un rico comerciante que le brindó una cómoda vida burguesa. Practicaba tenis, ciclismo, natación, piano y era también aficionada a la ópera.

Recién fue anciana con dificultades en 1985. Hasta entonces había vivido en su propia casa, tenía ya 110 años. Estaba cocinando una mañana y a causa de su visión deteriorada provocó un principio de incendio. Fue entonces que decidió ella misma seguir su existencia en un hogar para ancianos.

¿Acaso un acto maravilloso? Para mí sí, seguramente para usted también. No sabemos si también para ella fue un acto maravilloso. Más probable es que haya sido una de las tantas dolorosas decisiones que cualquier persona vulgar debe afrontar en su vida.

Ya no puedo enhebrar una aguja. No puedo leer el diario sin los anteojos. Me duelen las articulaciones cuando hace frío. Cada vez son más frecuentes esos sonidos tenebrosos que nos aguijonean el alma. Llamados desde el más allá. Ecos de la muerte. ¿Qué importa si tenemos apenas cuarenta y dos?  Lo que importa es que añoramos los veintiocho. Las carnes eran más turgentes y estaban revestidas de piel suave y lisa. Un día cumplimos treinta y no pudimos dejar de sospechar que algo se acababa para siempre. 

Lo maravilloso está y no está en los más cotidianos actos de la vida. Me despierto y me reconozco. Recuerdo algo que me prometí ayer. Sé que soñé, me queda un vestigio tenue, frágil, escurridizo, como si fuera el recuerdo de algo que sucedió hace mucho.

Cuando Habib se jubiló de su trabajo de  músico  faltaban nueve años para la Independencia de la India. Eran épocas de lucha, de la resistencia pasiva que pregonaba el Mahatma Gandhi. La India era una colonia inglesa desde 1856. Antes de eso, por más o menos dos siglos había sido regida por una sociedad muy comercial y muy poco moral, la Compañía Británica de las Indias Orientales. 

Jeanne saltó a la fama cuando se cumplieron cien años de la visita que en 1888 hizo Van Gogh a Arlés el pueblo de ella, que para esa época era una niña de apenas 13 años de edad. Se econtraron en el taller de tejido de su tío, adonde el pintor concurrió para comprar unas lonas. Lo recuerda sucio, mal vestido, desagradable, muy feo, descortés, grosero y enfermo. Al fin y al cabo, las impresiones que puede recordar cualquier adulto de unas escenas infantiles. Como yo recuerdo el lunar negro, grueso y agrietado de la mejilla izquierda de mi tía Sara.

Quizá este recuerdo de la tía no sea maravilloso hasta que yo pudiera contarlo ciento veinte años después o que se descubriera que mi tía era heredera del los Romanov; sin embargo tiene de maravilloso que de todo lo que pude haber oído sobre la tía Sara, como recuerdo personal e infantil a mí me quede la vista de su lunar a pocos centímetros de mi nariz, después de haber oído el “dele un besito a la tía”. 

Este preciso instante, el ahora que escribo, este ahora que usted lee, cualquier momento  de la vida  tiene el derecho de elevarse al podio de lo maravilloso. Cualquier momento que pueda ser dicho para que alguien lo escuche, que pueda ser escrito para que alguien lo lea, que las palabras lo digan,   ¿no es acaso maravilloso?

Para disfrutar de un atardecer, ¿hará falta que aparezca en el libro de los records?

¿Hará falta vivir en exceso?

El instante de lo maravilloso es tan poco lo que pide…

Un poco de calma en tu espíritu. 

Un poco de paz en tu consciencia.

Un poco de amor en tu riqueza.

Un poco de humildad frente a tu prójimo.

¡Qué maravilla!