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22/02/22

Homenaje a Lorenzo Oliva, el último Cochero de Plaza de nuestra ciudad

¡Hi sembrau un’esperanza hi cosechau un olvido! El pueblo riojano está en tiempo de chaya y no es difícil que para esos tiempos las figuras de nuestros cocheros de plaza emerjan como un recuerdo imborrable, como parte de nuestra historia, como un elemento ancestral junto a la fiesta del Pujllay, el Baco indígena numen de la alegría, gran bebedor, amigo de la música y el baile.



Por Guito Vergara

El cochero de plaza ha sido siempre un invitado distinguido a las chayas del Pukllas, ha sido parte de las grandes correrías junto a caballos, y carros, por las calles del pueblo, a la que asiste el mismo Pukllay representado por un muñeco, de cara de viejo, que sale a la cabeza de la cabalgata en un burrito.

En los coches de plaza de Lorenzo Oliva, Diego Díaz, don Palacio, los hermanos Sotomayor y los hermanos Tapia, don Guillermo Vega y Gerardo Vargas, el Pepearon, con sus capotas bajas viajaban los músicos, con sus cajas y sus quenas y uno que otro sonajero de semillas y huesos –más adelante luego a de aparecer el bandoneón; enharinados y perfumados con albaca y tomillo iban juntos al cochero repartiendo harina y explotando cuetes. Después de circular por las calles del pueblo, el paseo termina con el almuerzo, con sus infantables empanadas, el asado con cuero y el vino, después sobreviven las danzas y los cantos, que duran días enteros.

Ahí también estaban nuestros cocheros de plaza formando parte de la algarabía reinante. Obvio la “chusma” estaba de fiesta. La Chaya es la fiesta del otoño, se celebraba junto con la cosecha del maíz, algo un poco más tarde que al presente. La invasión lenta pero segura de la cultura y la religión del imperio español ha logrado ya que esta solemnidad simbólica, anterior a la conquista, coincida hoy con el carnaval europeo que nada tiene que ver con la chaya de nuestro pueblo originario. El carnaval  es parte de la liturgia de la iglesia católica. Carnaval, miércoles de ceniza, domingo de ramos, semana santa, resurrección. El descubrimiento y la dominación de América impuso dos condiciones de sometimiento: la cruz y la espada. Persuasión y represión. Léase también con la misma intención al Tinkunaco como la Chaya, que todos los 31 de diciembre debemos hincarnos tres veces como un acto de fe, de sumisión para cumplir la imposición del usurpador español. En la época en que comienzan a caer las hojas va a morir el Pukllay – se está terminando también la cosecha del maíz -, la Chaya se celebra para acompañarlo en sus postreros instantes.

En el último día de este “carnaval” precolombino, el dios muere. Hay que enterrarlo. El sepelio se hace con gran pompa conduciendo su imagen mitad ridícula mitad encantamiento, hasta el algarrobo más próximo, donde se abre una huaca o tumba, lo sepultan y lloran luego sobre sus despojos.

En su tumba se depositan bebidas alcohólicas, yuyos aromáticos, vasijas de barro y una que otra mazorca de maíz. Todos los pueblos adoradores del sol tienen ceremonias análogas desde la más remota antigüedad, todos demuestran su dolor cuando el astro dios declina y a los días esplendorosos del verano le suceden las tristes jornadas del invierno con sus interminables noches. Si algo sorprendente ofrece la Chaya es su actualidad, su persistencia como ceremonia ancestral, a través de los siglos, a pesar de la predica impuesta por la religión de los conquistadores. La Chaya nada tiene que ver con el carnaval europeo, su coincidencia en las fechas ha sido manipulada por el conquistador a propósito, para destruir una vivencia cultural de nuestro pueblo. La Chaya viene de mucho antes de la conquista, como lo prueban abundantemente las esculturas, los barros cocidos, las piedras gravadas y pintadas etc. También podemos observar solemnidades de representaciones que perduran todavía, muy desnaturalizadas por cierto y confundidas en gran número de detalles de culturas de diversos orígenes, como las que fueron de importación europea. Por ello decimos, debemos ponernos de pie en defensa de nuestra propia identidad, de nuestra cultura. No podemos caer en la irracionalidad de que “todo vale” menos aun con la falsificación de la historia y de nuestra identidad cultural. No podemos dejar de no tener pensamiento crítico ante las injusticias y estos despojos. La modernidad es inseparable de la colonialidad. La estética es descolonial, en el sentido más amplio de la palabra, por lo tanto no es moderna, ni posmoderna, sino un movimiento en búsqueda de otras alternativas. Por ello la Chaya será la Chaya o no será nada.