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El dibujo en vivo produce un hechizo en los espectadores

Dibuja desde los seis años. De niño, Raúl Soria solía pedirle a su papá que le trazara el mismo vaquero, que él luego copiaría. Y así fue su mano tomando vigor y su espíritu consciencia de la facilidad para hacer contornos, representar aquello que veía e ilustrar lo que imaginaba. Hoy es un dibujante y muralista reconocido en el Valle de Paravachasca y más allá de las fronteras de la provincia de Córdoba.



Por Pilar Ferreyra

Nacido en Catamarca, con su familia se trasladó a Córdoba donde dedicó veinte años al básquet profesional. Hasta que un buen día empezó también a dar clases de dibujo para niñas y niños en la Asociación Civil León XIII, en Villa Rivera Indarte. “Cuando los horarios de las clases se me empezaron a entrecruzar con los entrenamientos, dejé el deporte. Y con el tiempo descubrí que para iniciar a los niños en el dibujo, el grafiti tenía una potencia increíble. Todos los chicos conocen la estructura de las letras desde que son escolarizados por lo que, con las letras, se sienten seguros, crean estilos, sombras, formas”, reconoce este maestro que, además de dar clases, crea dibujos digitales que cuelga en las redes sociales (@raulsoria), dibuja en vivo, en papel todo lo que puede y, además, que ha desarrollado la destreza del muralismo.

          “Un grafiti grande en una pared es prácticamente un mural”, reflexiona; aunque aclara que el grafiti y el mural pertenecen a dos movimientos artísticos distintos.

         A la hora de expresar cómo se vincula con el arte, explica: “Casi todo mi oficio tiene que ver con la preparación de las clases para los chicos porque, si bien siempre estoy dibujando, el dibujo es una tarea solitaria. Para mí el dibujo cobra sentido con la presencia del otro. Me moviliza eso. Me estimula más hacer con el otro”.

Impulsado por ese estímulo, durante los últimos siete años también ha estado dando clases de arte urbano (esténcil, murales y grafiti) a los jóvenes que asisten a los Centros de Actividad Juvenil gratuitos de distintas escuelas de la Provincia de Córdoba.

         Pero ahí no termina su labor. Raúl vive en Villa Los Aromos, una localidad del Departamento cordobés de Santa María, que junto con Villa La Bolsa, Anisacate y Villa La Serranita forma parte del Valle de Paravachasca. Allí convive una comunidad de artistas que se apoya entre sí, que trabaja en red.

Como parte de ese apoyo colectivo, Soria ofrece una muestra en forma constante en El Arcano. Una taberna cultural. El objetivo de ese espacio es que la gente pueda consumir un plato de comida, escuchar a músicos y disfrutar de exposiciones de pinturas y dibujos. A medida que sus cuadros se venden, él acerca obras nuevas.

         Otro ejemplo de la red de artistas de Paravachasca es lo que ocurre en El Patio del Encuentro, en Villa La Serranita, en casa de Marcos Navarro. Por allí pasan músicos de la talla de Ana Robles, Daniela Mercado, entre muchos otros artistas de altísimo nivel. Un año atrás, Raúl fue invitado a dibujar en vivo. Desde entonces, mientras los músicos tocan, él construye la bitácora ilustrada de los encuentros. “Me encanta porque el dibujo en vivo porque produce un hechizo en los espectadores”, resume. Dice que algo parecido ocurre con el muralismo. “La gente ve cómo vas dibujando un mural, te conversa, te hace preguntas, quiere participar y, los niños, directamente, te piden pintar”. Dando esto último como un hecho que se repite, cuando boceta un mural, planifica una idea para cuando se acerquen los más chiquitos.

         Una muestra del peso social de la red de artistas del Valle de Paravachasca quedó plasmado en la concreción de su último trabajo como muralista.

El alcalde de Masisea, uno de los siete distritos que conforman la Provincia de Coronel Portillo, en la Amazonia peruana, lo invitó a participar de un encuentro internacional sobre el cambio climático. Él tenía que reunir el dinero para el viaje, y el resto corría por cuenta de la Alcaldía. Entonces, para reunir el pasaje de ida y vuelta, dibujó 40 ilustraciones en cuadros de madera que dos amigas, Constanza Pérez y Mariana Cortés, en la casa de Marcia Fernández, le ayudaron a pintar. En dos horas había vendido todos los cuadros entre la comunidad de artistas. Con ese dinero, y con el que le donaron la comuna de Villa Los Aromos, la Municipalidad de Anisacate, los dueños de Orillero de la Cañada (un espacio de teatro comunitario) y la Fundación Atahualpa Yupanqui, juntó lo necesario para llegar a Lima. “La gente se identificó con el viaje. La sensación era que íbamos a viajar todos”, sintetiza.

En las sierras de Paravachasca, la historia artística de muchos y muchas es una urdimbre de manos y ojos, de voluntades que se apoyan y se ayudan mutuamente. Artistas que tejen una identidad y una memoria de experiencias colectivas que resisten a diario, el individualismo enmascarado por los manipuladores del sistema económico hegemónico.