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06/04/20

La Pandemia y nuestros límites

La pandemia de COVID-19 nos enfrenta a muchos desafíos, el más grande de todos es asumir los límites de la existencia humana en el planeta y en lo particular, el límite de la propia vida que de modo probable, como nunca antes, siente la cercanía inevitable de la muerte.



Por Eugenio Covián

De las restricciones a la libertad ambulatoria que fue el primer derecho humano reconocido en la historia de occidente y dio origen al  Hábeas Corpus iniciando así el Derecho Constitucional (derechos y garantías fundamentales), a la disminución de la velocidad de Internet para orientar el recurso de la red a los servicios de salud. Todo nuevo y extraordinario

No somos adivinos, no lo éramos antes de la noticia venida de Whuan acerca de una rara gripe que provocaba numerosos fallecimientos, ni lo somos ahora que Corona Virus llegó al sur del planeta, a este vasto país con tan pocos habitantes que conocía las pandemias por los libros de historia. En cambio, ahora, la pandemia es una realidad que habitamos y transitamos, cada uno desde nuestras casas convertidas en corrales para campear la tormenta.

Antoine de Saint-Exupéry en su célebre obra “El Principito” escribió :”Lo esencial es invisible a los ojos” en nuestros modos de vida hasta la llegada de la pandemia vivíamos evitandonos a nosotros mismos y huyendo de la profundidad de nuestra existencia, anestesiados por cualquier comodidad. En palabras del teólogo Joseph Ratzinger: “Así, lo más profundo en nosotros sigue sin ser explorado. Si es verdad que sólo se ve bien con el corazón, ¡qué ciegos estamos todos!”

El premio Nobel peruano Mario Vargas Llosa anticipaba en su libro “La Civilización del Espectáculo” que vivíaramos en una poca de más información y menos conocimiento. Acostumbrados a picotear información en las computadoras y teléfonos móviles, sin tener necesidad de hacer grandes esfuerzos de concentración, hemos ido perdiendo ese hábito y hasta la facultad de hacerlo, y fuimos condicionados para contentarnos con ese mariposeo cognitivo a que nos acostumbra la Red, con sus infinitas conexiones y saltos hacia añadidos y complementos, de modo que quedamos en cierta forma vacunados contra el tipo de atención, reflexión, paciencia y prolongado abandono a aquello que se lee.

Siguiendo al autor en su crítica, podríamos concluir que COVID-19 no sólo constituye un fenómeno de contagio si no que además es una prueba para la sociedad de la información, estableciendo dos relaciones directamente proporcionales: a más aislamiento social más consumo de información, a mayor falta de ejercicio de lectura y pensamiento crítico mayor confusión y permeabilidad a las fake news o noticias falsas.

¿Qué hacer con esto si somos humanos hiperconectados, atemorizados y sentimos, sin mucha reflexión, que llegar a antes a la información nos alejará del peligro pandémico?. Igual carrera mental corren los científicos en todo el planeta buscando vacuna y ante ellos se ciernen las sombras, una vez más, de los intereses económicos que quieren más el rédito monetario que la salud mundial.

El deterioro del conocimiento que se volvió fragmentario, utilitarista y rehén de la información en tiempo real llevó a que nos enfrentemos al virus con más conectividad pero con paupérrimo dominio de las disciplinas antiguas, basales del desarrollo humano actual.

Así, aparecen la biología más elemental y las teorías de la evolución de la vida, totalmente desconocidas para nosotros como si nunca hubiéramos hecho un germinador en el nivel primario o si en el nivel medio no hubiéramos tenido profesora de biología y su célebre clase. “La célula”.

En 1665 Robert Hooke observó con el microscopio unas pequeñas cavidades o celdillas irregulares al examinar una lámina de corcho. Comparó su disposición a la que existía en los panales de miel, y bautizó lo que entendía que eran poros con el nombre de células. Nuevos microscopistas no tardaron en confirmar sus observaciones y, así, con la denominación que Hooke les había dado o con otras, entidades como cavidades o entidades sustantivas, las células empezaron a ser descritas por numerosos investigadores.

FInalmente fue en el siglo XIX que el tiempo entró definitivamente en la ciencia, hasta entonces no existía una noción de proceso de transformación si no que toda la naturaleza estaba determinada de modo inexorable por el nacer, crecer, reproducirse y morir. No existía la noción de evolución y cambio, que dotó de temporalidad a la física y la química, las que empezaron a trascender sus propias leyes llegando hoy a la investigación cuántica.

El ser humano es capaz, a través de la física cuántica, estudiar las características, comportamientos e interacciones de partículas a nivel atómico y subatómico; sin embargo la aceleración de las ciencias experimentales y especulativas, la ciencia aplicada a la tecnología y otros avances no lograron emancipar todo el progreso de la necesidad de la ética. Una ética que marque el deber ser de ese progreso.

El progreso no nos hizo más iguales y equitativos. Hizo más confortables y seguras nuestras conquistas personales pero no aseguró un mundo más justo.

El aislamiento social producto de la Pandemia no será solo un aprendizaje sanitario, será también la primera oportunidad de escala planetaria para mirarnos a nosotros mismos, de mirar nuestra vida con introspección y valorar de modo nuevo el mundo de la economía, el trabajo y el conocimiento.