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01/02/21

A 186 años del asesinato del General Juan Facundo Quiroga

Juan Facundo Quiroga: Nunca fue pequeño. Fue grande, excesivo, tanto en el bien como en el mal.



Por Guito Vergara

Su genio no reconocía limitaciones, como si una fuerza de la naturaleza lo empujara siempre. Apasionado, tormentoso, contradictorio, perfilado en un drástico juego de luces y sombras, idolatrado y aborrecido a la vez, estaba hecho de la sustancia de los grandes conductores, con su intuición incomparable, el conocimiento de sus paisanos que le habían dado su intensa relación con los hombres, su fe corajuda en el propio destino, su arbitrariedad, su valentía inigualada y ese magnetismo que le infundía calidades de jefe nato.

Nació en 1778 en los Llanos de La Rioja, en el pueblo de San Antonio. En 1810 ingreso en las milicias porteñas de Arribeños y luego de un paso fugaz por el regimiento de Ganaderos a caballo regreso a los Llanos, donde se dedicó al reclutamiento de soldados para los ejércitos patriotas. Hábil para instruir y disciplinar a soldados y oficiales, su ascenso fue vertiginoso: entre 1818 y 1827 escaló posiciones hasta alcanzar el grado de Comandante General de La Rioja en 1822 y de Brigadier General en 1827. Ocupó por unos meses la gobernación de La Rioja, pero en realidad fue el cargo de comandante el que lo trasformo en el verdadero hombre fuerte de la provincia. Dueño virtual de la situación de La Rioja, tanto por su propia gravitación como por su obsolescencia en las familias tradicionales. Quiroga declina la gobernación y se dedica a trabajar sus propiedades. Sigue viviendo en San Antonio, donde le van naciendo sus hijos y comienza a dejarse una barba renegrida  que le come el rostro aquilino enmarcado por una melena indomable. Pero su destino no anda por las huellas del comercio o la incipiente industria de monedas de oro que promueve. Las cosas que están ocurriendo en el país lo obligan a asomarse al escenario nacional. Los desaciertos de los unitarios, empeñados en organizar el país en un sistema de centralismo y la torpe política de Rivadavia le hacen comprender que los hombres como el deben defenderse para no ser barridos. Rivadavia ataca la religión y ha concedido la explotación de las minas de Famatina a una compañía inglesa que el mismo ha promovido. Con el pretexto de la guerra con el Brasil, manda a Lamadrid a enganchar soldados a Tucumán, pero en realidad la verdadera intención de Rivadavia es derrocar a los gobernadores federales y liquidar todas las situaciones provinciales que pueden resistir el plan unitario.

El cordobés Bustos, el santiagueño Ibarra y el riojano Quiroga serán los primeros destinatarios del golpe, todo el mundo lo sabe pero el Congreso aparenta ignóralo. Facundo no espera mucho para tomar su resolución; intuye que los pueblos claman contra ese régimen que desprecia la religión tradicional, roba sus fuentes de trabajo al interior, arremete las autonomías penosamente conquistadas en el año 20, hostiliza a los hombres más representativos y estafa sus legítimos anhelos de constitución.

Juan Facundo Quiroga pudo ser la gran figura de la organización nacional. Como Buenos Aires no pudo domesticarlo, las traiciones le gastaron su impulso vital, hasta matarlo. Pero de todos modos, hizo cuanto pudo para ver constituir su patria a la manera que la concebía. Cuando debió luchas, peleo con alma y vida. Ciertamente muchas cosas buenas y algunas malas pueden decirse del Brigadier General Juan Facundo Quiroga: pero todas deben decirse en el tono mayor de lo épico, porque el Tigre de los Llanos fue un hombre excepcional y su vida también lo fue. Justamente descubrir su condición fue mérito de Domingo Faustino Sarmiento. Plagó en su figura una serie de errores, inexactitudes, infundios y mentiras pero acertó en los sustancial al revelar la naturaleza impar delpersonaje y lo demoniaco e infernal de su índole secreta: aquella que hacia mover a Quiroga en un plano de magia y bujería, como si los poderes abismales fueran los que le dieron autoridad y fortuna.

Aun hoy en los Llanos, alguien de vez en cuando suele decir que el General no está muerto, sino que está escondido “en el reino de arriba”. Esta sensación está viva en el pueblo de La Rioja, donde perduran las leyendas que en su tiempo contribuyeron a conformar el mito: el General no dormía nunc, el General leía el pensamiento, al General no se lo podía engañar. El General se aconsejaba con su caballo moro, que le decía cuando pelear y por donde atacar primero, “el célebre caballo –según Sarmiento- juega un papel de intermediario entre el mundo infernal y Quiroga, jefe misterioso del ejercito de capiangos, almas en pena reclutadas en el infierno, que forman su escolta. Hoy después de 186 años del crimen de Facundo Quiroga, el pensamiento de nuestro pueblo debe reconstruirse a partir de comprometerse en la lucha por aun sociedad más justa y solidaria, contra el atropello de los gobernantes feudales y antidemocráticos, contra el hambre y las injusticias; porque si el pueblo Argentino juega hoy su destino ético y cultural en los desaparecidos y en las ESMA y solo puede recuperarse reflexionando sobre las causas de esa barbarie, nosotros también como riojanos juzgamos nuestro destino ético y cultural en que la sangre derramada en los asesinatos de Facundo Quiroga, Ángel Vicente Peñaloza y Enrique Angelelli no serán negociada ni olvidada. Entonces sí, pensar, escribir y vivir, solo será posible, al costo de entender ese error como un símbolo de nuestro pueblo.