
Un coloquio busca recuperar la historia de la cultura impresa. Los primeros libros hechos por guaraníes en las misiones jesuíticas. La Real Imprenta de los Niños Expósitos. Las librarías-imprenta que se extendieron hasta entrado el siglo XX. La recuperación de prácticas artesanales. Una forma de imprimir y confeccionar libros que, aún en el reinado digital, está de vuelta.
Los primeros libros impresos en la Argentina fueron en guaraní. Editados en las misiones jesuíticas y con una prensa que no llegó de Europa, sino que fue construida allí mismo. Igual que la tipografía, diseñada con apóstrofes interpalabras y acentos circunflejos. Era el año 1700 y se producía un hecho inédito en la historia de la impresión tipográfica mundial. Un hecho que sería también el punto de partida de más de tres siglos de cultura tipográfica nacional.
En esta tradición, y en la búsqueda de su puesta en valor para la impresión y edición de libros, puso su mirada La Ruta del Libro, un proyecto cultural independiente que intenta poner en diálogo el pasado y el presente de la cultura impresa porteña.
La iniciativa está a cargo del librero anticuario Agustín D’Ambrosio y de la diseñadora gráfica y docente universitaria Paula Léonie Vergottini, quienes encabezan la librería anticuaria e imprenta tipográfica Barrio Sur, y organizan el coloquio “Historia del Libro y la Imprenta en la Argentina”, que el 22 y 23 de abril próximo reunirá a especialistas e investigadores.
“Con el coloquio promovemos una conversación que involucre tanto a investigadores del ámbito universitario como a libreros, editores e impresores, y que cruce a quienes tienen una práctica que da vida a la cultura impresa en la actualidad con aquellos que investigan y producen conocimiento en torno a la historia de la misma”, explica D’Ambrosio a Télam.
La imprenta, un faro en la cultura colonial
El encuentro se realizará en la Manzana de las Luces (Perú 222, CABA), símbolo de la época colonial y referencia de la cultura impresa. “Nos parece el lugar perfecto para abordar la historia del libro, la imprenta, la edición y la lectura en nuestro país, porque desde sus inicios funcionaron allí instituciones culturales fundamentales para la ciudad y el país”, destaca Vergottini a Télam.
“La primera imprenta de Buenos Aires, la Real Imprenta de los Niños Expósitos, fue un proyecto del Estado colonial, más puntualmente del Virrey Juan José de Vértiz, para dotar de una imprenta a la capital del virreinato”, relata D’Ambrosio.
Y cuenta que la imprenta, subsidiaria de un orfanato que le dio nombre, comenzó a funcionar en 1780 en la esquina de lo que hoy es Moreno y Perú. Tres años después, será trasladada a la esquina de Perú y Alsina, donde funcionará hasta 1825, que pasa a ser, durante el gobierno de Bernardino Rivadavia, la Imprenta del Estado.
La Imprenta de los Niños Expósitos atraviesa la última fase del periodo de dominación hispánica y también la Revolución. Allí se imprimieron, de forma clandestina, proclamas que llamaban a la insurrección durante la Semana de Mayo. También la Gaceta de Buenos Aires (primer periódico patrio) y "El contrato social", de Jaques Rousseau, traducido por Mariano Moreno.
D’Ambrosio recuerda que “si bien hay impresiones anteriores en prensas privadas, la Real Imprenta de los Niños Expósitos es el primer taller tipográfico de la ciudad. Ahí tuvo origen además la Biblioteca Pública de Buenos Aires, que a partir de 1884 fue la Biblioteca Nacional, que funcionó en la planta alta de la esquina de Moreno y Perú. Se entraba por Moreno, a través de una puerta que ya no existe”.
En el origen, jesuitas y guaraníes
Sin embargo, la impresión tipográfica en la Argentina no nació en Buenos Aires ni en el siglo XIX. La primera imprenta del país se construirá en 1700 en las misiones jesuitas del norteste del país. Los primeros en imprimir serán jesuitas y guaraníes. “En la Misión de Loreto se imprime en 1700, y después en las misiones de San Francisco Javier y en Santa María la Mayor. En esas tres misiones se imprime entre 1700 y 1727”, detalla D’Ambrosio.
El especialista detalla a Télam que la tipografía fue específica para la lengua guaraní. “Los jesuitas, con el objetivo de evangelizar, dotaron de un alfabeto, el alfabeto latino con algunas diferencias con respecto a nuestra lengua. Apóstrofes interpalabra y acentos circunflejos, por ejemplo, que usan varios apóstrofes dentro de una sola palabra”.
“El guaraní requiere una tipografía específica y para conseguirla no la importaron de Europa, sino que la fabricaron ellos, con una aleación de estaño. Esos son los primeros libros que se imprimieron en nuestro territorio. Esto no tiene paralelo en la historia de la impresión tipográfica. Y lo hacen los propios guaraníes. Imprimiendo, haciendo grabados, que son sumamente interesantes, que hacían en las misiones”.
Una primera consecuencia de esto es que aparecen los primeros autores. “Hay autores guaraníes que publican en su lengua, y que obviamente escriben mejor, porque es su lengua nativa. Y no solo tienen la capacidad de imprimir estos libros, sino de construir un taller tipográfico, una prensa, la tinta, fundir los tipos. Eso es algo muy importante, que hayan podido construir las herramientas para poder imprimir en ese contexto”.
Y llegaron los ingleses
Más de medio siglo después, en 1764, se instala un taller tipográfico en el Colegio Montserrat de la ciudad de Córdoba, que estará vinculado a la comunidad educativa impulsada por los jesuitas. Cuando en 1767 la Compañía de Jesús es expulsada de España por el rey Carlos III, la prensa queda abandonada durante 12 años, hasta que el Virrey Vértiz decide trasladarla a Buenos Aires.
Será entonces que esa prensa se instalará en la Manzana de las Luces, también una construcción jesuítica, y se convierte en la primera imprenta porteña, ochenta años después de la labor pionera que religiosos y guaraníes realizaron en las misiones. Hasta 1815 será el único taller tipográfico que tendrá la ciudad, que se enriquecerá con la prensa que se adquiere una vez derrotadas las invasiones inglesas.
“Los ingleses –cuenta D’Ambrosio- habían traído una prensa más moderna, con la que hicieron el primer periódico bilingüe de Sudamérica con el propósito de hacer propaganda política anti-española. Enriquecen así el taller de los Niños Expósitos. A partir de entonces empiezan a entrar más imprentas”.
Junto al desarrollo de la imprenta crece la impresión de libros, que hasta entonces solo llegaban de Europa. Es que en los inicios tanto la impresión como la confección y venta de libros estaban integradas. Se trataba de imprenta librerías, concepto que hoy imprenteros y libreros artesanales intentan recuperar.
“El primer librero de Buenos Aires es José de Silva y Aguiar, un portugués que tenía su licencia de librero del rey, porque todos los impresos estaban bajo censura. Alrededor de 1760 instala su primera librería, en lo que hoy es la calle Suipacha. Se suele decir que la Librería del Colegio (hoy Librería Ávila) es la primera, pero no es así, ya que esta empieza recién en 1830”, subraya el experto.
José de Silva y Aguiar fue además bibliotecario del Real Colegio de San Carlos, también en la Manzana de las Luces. Es este el antecedente del actual Colegio Nacional Buenos Aires, creado por la Compañía de Jesús.
“Silva y Aguiar fue el primer administrador de la imprenta de los Expósitos, de manera que una sola persona fue el primer librero, bibliotecario y administrador de la imprenta. Imprimían y también vendían libros que traían de España, sobre todo”, recuerda D’Ambrosio.
Las librerías que no paran de crecer
“Las librerías comienzan a crecer en la segunda mitad del siglo XIX, cuando cobra impulso la publicación de libros. Llegan impresores que conocían bien el oficio, que también es importante, además de las máquinas, quien sepa operarlas y sea capaz de imprimir. Llega, por ejemplo, Benito Hortelano, en 1850, que tiene una librería y edita libros”, repasa Vergottini.
Un nombre fundamental es el de Pablo Emilio Coni. Formado como impresor en París, Coni estaba seducido por la fiebre del oro. Se embarcó a San Francisco, vía Estrecho de Magallanes, pero una tormenta lo hizo quedar varado en Montevideo. Allí conoció a unitarios exiliados que le contaron que en Corrientes se estaba organizando una imprenta. Fue entonces que decidió cambiar las pepitas de oro por las letras de plomo.
“Coni se convertirá en un impresor muy importante, que reproduce la primera estampilla argentina. Alcanza un gran desarrollo primero en Corrientes, en la imprenta del Estado de Corrientes, y después en Buenos Aires. La imprenta Coni funcionó durante más de un siglo sostenida por tres generaciones de esta familia de impresores, que mantuvieron la fidelidad a su refinado estilo basado en la composición manual tipográfica”, relata D’Ambrosio.
Otro impresor y librero muy importante fue Carlos Casavalle. Estaba al frente de la Imprenta y Librería de Mayo. “Es uno de los pioneros de la edición de libros en la Argentina”, dice a Télam el especialista y recuerda que “comienza en la misma época que Coni”.
“En ese entonces –subraya- quienes editan libros son libreros-editores o impresores-editores. Casavalle era las tres cosas: imprime, tiene una librería y es editor”.
El oficio de hacer libros
“Nosotros nos consideramos parte de un movimiento que está muy vivo hoy, que consiste en la edición artesanal de libros, y esas ediciones recuperan oficios y artes del libro tradicionales para hacer estos libros”, asegura Vergottini al trazar un puente entre los inicios de la cultura impresa y la actualidad.
Para la imprentera y diseñadora gráfica se trata de recuperar la tradición para poder editar “con criterios bibliófilos, donde parte importante de apreciar a los libros como objetos estéticos está involucrada en entender cómo esos libros son hechos”.
Y detalla: “Desde la elección del papel, el diseño tipográfico, la encuadernación, los grabados, las ilustraciones, todo lo que tiene que ver con el contenido del libro, pensando en el tiempo que ese libro va a durar. Papeles libres de ácido, que es algo de lo que se está hablando mucho ahora. El libro como objeto, no un libro que se compra y queda archivado”.
“Lo que se recupera –suma D’Ambrosio- son algunas cuestiones que tienen que ver con la materialidad del libro, el papel, el diseño y la composición. Lo mismo en la impresión: las máquinas, las prensas. Por ejemplo, nosotros en Barrio Sur imprimimos con una Chandler and Price, con fecha de patentamiento en 1885, que conserva el pedal original”.
Vergottini aclara que “no se trata de réplicas, son prensas originales, muchas veces restauradas, al igual que las herramientas, los componedores, las tipografías. Por ejemplo, tenemos tres burros tipográficos, que son muebles que alojan las distintas familias tipográficas, ya sean de plomo o de madera; tipografías antiguas y originales”.
Entre la historia y la tradición, entre la pasión por el oficio de imprimir y el desafío de hacer libros únicos, imprenteros, libreros, anticuarios y bibliófilos apuestan a recuperar la cultura impresa como acto creativo. Ese lugar donde una pieza gráfica recupera el aura del original. Y de lo que vale la pena hacer. Y tener.
Fuente; Télam