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Un Día del Padre diferente

Este año fue para mí, un Día del Padre muy particular. Regresando al centro por la av. San Francisco pude reconocer a lo lejos a un conocido personaje riojano que hace mucho tiempo no lo veía: Mario el mudo. Sin respeto a las normas vehiculares; giré en "U" para salir a su encuentro. Fue una alegría de mi parte ya que después de tanto tiempo que no lo veía, y no sabía si me iba a reconocer.



Por Javier Estrada

Cuando me vio abrió sus brazos, lo que me alegró y empezamos a charlar con un particular lenguaje de señas. Con sus manos en el pecho me contaba de su salud. Le pregunté por su carro altar, ya que andaba sin él; me dijo que estaba en reparación. De mi billetera saqué una estampita de Santa Lucía que Mario me había regalado y recordé que ese hermoso momento, ya que yo también tenía una estampita de la Santa de la Visión y se la regalé; me abracé en el saludo final recordando una promesa pendiente.

Era el día del Padre y pensé que debería estar agradecido de este encuentro. Luego, con mi familia fuimos a almorzar afuera y al volver a casa empecé a buscar una antigua gorra de gala que tenía guardada. La encontré y sin perder tiempo me fui a la casa de un amigo de la infancia que seguro sabía dónde vivía Mario. Le conté la idea de ir a regalarle mi gorra ya que la de Mario estaba muy arruinada con tela y costuras mal restauradas.

Mi amigo “Cachencho” accedió acompañarme y nos dirigimos al barrio San Vicente y al llegar a unas casas de alto, preguntamos cuál es la casa de Mario. Un grupo de jóvenes nos indicó el lugar y antes de bajar del auto me puse la gorra de gala para sorprender a Mario.  La sorpresa no fue tal ya que se empezaron a juntarse vecinos en la calle preguntándose, ¿Qué habrá hecho Mario? Luego una mujer a lo lejos nos gritaba: Mario ya no vive más aquí.... Está en la casa de mi hermano en el barrio de más arriba. Subimos al auto para ir en su búsqueda. A pocas cuadras llegamos. Estaban sus familiares festejando el día del Padre en una gran sobremesa. En ésta oportunidad, ya bajamos del auto sin la gorra puesta para no asustar a nadie. Nos recibió unos de sus hermanos y nos invitó a entrar.

 Una vez allí explicamos nuestra intención de agasajar a Mario, y todos lo vieron con agrado. De a poco se acercaba Mario con recelo porque la distancia no nos reconocía. Luego su cara se transformó en una amplia sonrisa y fue a buscar su gorra para estar a tono con los visitantes. Empezamos a emular saludos militares y nos rodearon parientes con celulares para registrar tan hermoso momento. Al hacerle entrega de su nueva gorra, Mario me quiso regalar la suya. Al no acceder quiso retirar el escudo para mí. No podía tampoco aceptar desarmar tan valiosa prenda. Entonces sacó desde su ojal una escarapela metálica y me la puso en mi campera. Que orgullo tan grande fue ese gesto. Qué hubiera sido Mario si hablara. Seguro Mario el Militar y no Mario el Mudo. Su devoción por la Virgen María siempre lo acompaña. Sus costumbres de amor y respeto a Dios y la Patria siempre vigentes. Su cariño a la gente se refleja en regalos de estampitas a los mayores y caramelos a los niños.

En él se cumple la popular profecía:  de tanto darlo por muerto está más vivo que nunca. Gracias Mario por aceptar mi regalo y más gracias por aceptar mi amistad.