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10/04/20

Volver al futuro

Fue por 1980 cuando lo modelos neoliberales del norte decretaron el fin del Estado de Bienestar. Toda la economía debía quedar a manos del mercado. Habían logrado imponer las teorías de las escuelas del liberalismo en el primer mundo. En Latinoamérica, siempre como campo de laboratorio experimental, llegó con la década del 90, luego de los golpes militares de Estado.



Por Carlos Liendro

Terminada la Segunda Guerra Mundial, la economía del mundo (menos EEUU)  estaba destruida. Debía empezar a reconstruirse. La experiencia de la economía keynesiana en la ‘gran depresión’ norteamericana (durante la década del 30) permitió que puedan volver a crecer económicamente. Era la intervención del Estado en la obra pública, en la salud, la educación, la vivienda, a través del trabajo. Era una inversión a favor de la gente, del desarrollo de los pueblos. Por 1945, se puede afirmar que nace el Estado de Bienestar. El derecho económico a poder tener un mínimo beneficio desde el empleo, desde una cobertura social y educacional. Esto permitía el crecimiento. El Estado garantizaba esos derechos. Las teorías de los liberales (Hayek), sus empresas, sus maneras de hacer ganancias no habían desaparecido. Esperaban su turno. Ante determinadas crisis (del petróleo, como ejemplo, suba y baja de precios en la década del 70) volvían a aparecer.

 

Va a exisitr un antes y un después luego de esta pandemia mundial. Se siente crujir la economía del mundo y los poderosos de la tierra, como siempre, no van a querer pagarla. El Financial Times, un diario inglés de economía, viene adelantando estos temas: “Se requieren reformas radicales para forjar una sociedad que funcione para todos”, pero no está hablando de ‘los radicales’ que han abandonando las banderas de Yrigoyen (armando una alianza en Cambiemos, con tal de seguir teniendo su tajada de poder). El diario más importante de finanzas en Europa, lo dice así de simple: los gobiernos deberán tener más intervención desde el Estado, buscando la manera de obtener mayores impuestos a la renta y la riqueza. El coronavirus ha dejado al desnudo las desigualdades existentes en la población.

Argentina que todavía no ha podido arreglar su gran deuda externa, ha quedado otra vez en la encrucijada. Algo que no entienden los técnicos vernáculos de la economía formados en la escuela neoliberal de Chicago (y que tuvo sus maestros en el país con Martínez de Hoz, Cavallo, Sturzenegger y toda la cría). Donde ellos imponen la economía sobre la política, y desean un país para cinco millones de argentinos, no más. Por eso la gente que repite ese dato: “Argentina estaba entre los primeros países del mundo a principio del siglo XX, antes que Australia y Canadá”, y cree que se debe volver a eso, no sabe cuántos habitantes había antes de que el país cumpliera sus primeros cien años. El modelo agro- exportador que organizó nuestra oligarquía desde 1880, era un país granero (trigo y vacas), colonia de Inglaterra (dentro de la división mundial del trabajo que se habían trazado las potencias de ese tiempo), donde la riqueza quedaba en pocas manos. Tal vez necesitaron mano de obra, y entre 1890 y 1920 la población se triplicó con italianos, españoles, sirios- libaneses. No imaginaron que los hijos de esos inmigrantes empezarían a buscar un país para todos, no para una elite.

El gobierno ha podido llevar adelante con las medidas preventivas de la cuarentena, un inmenso paso para lo que se viene; pero si se debe reconocer el error con lo que sucedió el viernes 3 de abril, se tiene que tener en cuenta cuál fue también la responsabilidad de los bancos. Lamentablemente las imágenes de ver a los abuelos (a las familias más necesitadas que salieron a buscar dinero, porque ya no tenían otro ingreso, no como otro sector social que puede esperar en u casa), y las críticas de los comunicadores de TV, solo quedó en la cuestión del gobierno. Esos medios que luego hicieron su fiesta de ‘Unidad’  el domingo (y recaudaron aproximadamente 80 millones de pesos para la Cruz Roja), nada dicen de los bancos internacionales que no pagan (por cajero o ventanilla) los planes sociales que sostiene el Estado. Nunca informan cuanto son sus ganancias que se triplican o cuadriplican cada año en millones de dólares que luego envían a sus casas matrices. De eso hablaba el Financial Times, cuando analizaba quienes deberán también poner su esfuerzo, ante la crisis económica que viene dejando la pandemia (cantidad de desempleados). La gente de a pie, los trabajadores, las organizaciones sociales, ya saben que no se puede “hablarles con el corazón y que te respondan con el bolsillo”, a lo poderes empresariales y financieros.