
Hay momentos en la historia donde el tiempo parece doblarse sobre sí mismo. Como si el futuro se cansara de avanzar y decidiera regresar a sus peores épocas. Ese es el clima que se respira hoy bajo el gobierno de Javier Milei: un proyecto político que se presenta como libertario, pero que en realidad busca reinstalar las cadenas que la humanidad se quitó con sangre, sudor y dignidad hace más de un siglo.
 
     
                          Por Martín Illanez, abogado, licenciado en Ciencia Política. Responsable de Universidad Popular La Rioja
Para entender el abismo que se abre frente a nosotros, hay que trazar una línea desde este presente de ajuste y deshumanización hasta los albores del siglo XX.
1900: el obrero sin derechos
A comienzos del siglo pasado, los trabajadores en Argentina —como en gran parte del mundo industrial— no tenían derechos laborales. Jornadas de 12 y 14 horas, trabajo infantil, mujeres explotadas en fábricas sin ventilación y sindicatos perseguidos eran la norma. La ganancia de unos pocos se erigía sobre la miseria de millones. El capitalismo naciente no se disfrazaba de libertad: era pura y cruda explotación.
1940: el despertar de la justicia social
Con la llegada de Perón y la consagración de la Constitución del 49, la historia dio un giro. El trabajo fue reconocido como fuente de dignidad, no de esclavitud. Se garantizó el salario justo, la jornada de ocho horas, el descanso, las vacaciones, la jubilación, la vivienda y la educación.
El obrero dejó de ser un número y se convirtió en ciudadano. Argentina no sólo conquistó derechos laborales, sino también derechos humanos.
2025: el retorno del amo
Ochenta años después, Milei propone volver al siglo XIX. Sus reformas laborales y previsionales son la demolición metódica del pacto social argentino.
Mientras recita la palabra “libertad”, entrega la soberanía del trabajo al mercado. Mientras dice defender la “meritocracia”, elimina el mérito colectivo que hizo posible un país de clase media. Y mientras critica la llamada “cultura woke”, lo que realmente combate es la conciencia: la idea de que el ser humano debe ser libre, pero también justo y solidario.
Un futuro de esclavos digitales
El peligro no está sólo en las leyes que promueve, sino en la ideología que las respalda: una concepción darwinista del mundo, donde sobrevive el más fuerte, el más rico o el más conectado.
Bajo el disfraz de la innovación, el capitalismo financiero y digital nos está llevando a una nueva forma de esclavitud: el trabajador precarizado, disponible las 24 horas, medido por algoritmos y vigilado por inteligencia artificial.
La juventud ya no sueña con cambiar el mundo, sino con sobrevivir a él.
La línea que no debemos cruzar
Si el siglo XX fue el tiempo de la conquista de derechos, el XXI corre el riesgo de ser el tiempo de su pérdida.
La historia no se repite, pero rima.
Y hoy la melodía que se escucha se parece demasiado a la de aquel 1900: concentración de poder, desigualdad obscena y gobiernos que confunden libertad con indiferencia.
Temo —como muchos— por la juventud que crecerá creyendo que la explotación es normal, que la jornada de 12 horas es una “oportunidad” y que la pobreza es culpa individual.
Temo, pero no me resigno.
Porque si una vez el pueblo argentino pudo escribir una Constitución que hizo del trabajo un derecho y no una condena, podrá hacerlo otra vez.
Y entonces, cuando el capitalismo caiga bajo el peso de su propia injusticia, renacerá la idea más revolucionaria de todas: que la libertad sin justicia es otra forma de esclavitud.