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Cuando la crueldad tiene nombre de color

Hay frases que no sólo revelan un pensamiento: lo exponen desnudo, sin pudor, sin empatía. “Hoy es solamente la gente de bajos recursos la que la está pasando mal. Peor sería que la pasemos mal todos”, dijo Lilia Lemoine, diputada de La Libertad Avanza.



Por Claudia Moreira

No es un simple desliz verbal. Es una declaración de principios —o más bien, de desprecio— hacia quienes menos tienen. Es la admisión de que la pobreza, el hambre y la desigualdad son tolerables… siempre que queden acotadas a un sector de la sociedad. En su lógica, la injusticia se vuelve aceptable si no alcanza a “los de arriba”.

El mensaje es claro: los sectores vulnerables son un daño colateral, un costo asumible en nombre de un modelo político y económico que no disimula su sesgo clasista. No hay un atisbo de preocupación por cambiar esa realidad, sólo la tranquilidad de que el sufrimiento esté bien repartido… entre los mismos de siempre.

Lo que indigna no es solo el contenido, sino la naturalidad con que se dice. Porque detrás de cada palabra hay historias concretas: madres que saltean comidas, jubilados que no pueden pagar sus medicamentos, jóvenes que ven el futuro como un lujo inalcanzable. Hablar de “la gente de bajos recursos” como si fueran un número, una estadística, deshumaniza. Y cuando se pierde la humanidad, la crueldad se instala como norma.

Porque son frases que no solo hieren a quienes están en situación de vulnerabilidad, sino que también lastiman a cualquiera que todavía crea en la empatía, en la solidaridad y en que un país no se construye dejando a parte de su gente afuera.

Ese tipo de declaraciones son como una radiografía moral: muestran, sin filtro, qué lugar ocupan los más pobres en la escala de prioridades de ciertos dirigentes.

Es una crueldad sofisticada: no siempre es el golpe directo, sino la política que margina, el presupuesto que se recorta, la palabra que degrada.
Al final, es una forma de ir borrando a la gente en cámara lenta. Así funciona muchas veces la injusticia: no siempre con un estallido repentino, sino con un desgaste constante que va quitando oportunidades, recursos y dignidad de a poco, hasta que un día lo que queda es apenas la sombra de lo que una persona o una comunidad podía ser.

Y lo más perverso es que, al ser tan lento, hay quienes dejan de verlo… y otros que, como en esta frase, lo justifican abiertamente.

Que una funcionaria elegida para representar al conjunto de la ciudadanía hable así, nos interpela como sociedad. Porque lo que está en juego no es una frase más en un set de televisión: es la legitimación del desprecio, la validación de que el dolor de los pobres vale menos.

Cuando la crueldad tiene nombre de color, lo que se oscurece no es la economía, es el alma de un país.