
Víctor Ibáñez, la primera persona en tomar contacto con el senderista, reconstruye en exclusiva los 13 días de búsqueda incansable y el momento exacto en que un grito en el cerro confirmó que el milagro era real. "Lo teníamos a un metro y no lo veíamos", confiesa sobre los minutos de tensión antes del emotivo reencuentro que puso fin a la incertidumbre.
Trece días de una búsqueda intensa y extenuante. Trece días en los que la fe y el cansancio se turnaban, en una danza que parecía no tener fin. Víctor Ibáñez, un experimentado baqueano de la zona y una pieza clave en el operativo de rescate, era uno de los que no perdían la esperanza. En la edición de hoy de El Independiente, relata en primera persona cómo el destino lo convirtió en el testigo del milagro.
"Esos trece días se hicieron bastante largos, ¿no Víctor?", le preguntan. Él, con voz serena y una mezcla de alivio y agotamiento, responde: "Largos y que valieron la pena... valió la pena".
El día del hallazgo, el operativo se dividió en dos grupos. Ibáñez, junto a efectivos del Regimiento y la Guardia Ministra, se adentró en una zona de ascenso. "Quedaba el último día de la gente de la Policía Federal, ese día ya era su último día y ya se volvían a sumar", recuerda, destacando que, a pesar de todo, la convicción de encontrarlo seguía firme.
Alrededor de las 13:50, un grito rompió el silencio de la montaña. "Se escuchó un grito para nuestra derecha, donde estábamos nosotros. Le digo a los muchachos: 'Uy mira, ya vienen los chavos bajando rápido'". Pero no era el otro grupo. Al responder al llamado, la incredulidad se apoderó de ellos. "Nos miramos con el chico así, en escalofríos", dice Ibáñez, y el diálogo que siguió les heló la sangre:
—¿Quién sos?
—José.
—¿José qué?
—Portugal.
A partir de ese momento, la historia de José tenía final feliz. La búsqueda se volvió frenética. A pesar de los gritos que se escuchaban a lo lejos, el terreno escarpado y la densa vegetación hacían difícil la ubicación precisa. "Lo que pasa es que cuando vos estás allí abajo, parece que está ahí cerca. Parece, pero no", explica Ibáñez. Él se descolgó por una zona más empinada, guiado solo por la voz. "Seguí a la derecha… después cuando volvíamos, por donde pasé fue… no podés creer cómo habías bajado hasta ahí", cuenta.
Avanzando entre las piedras y la maleza, lo escuchaba cada vez más cerca. "Yo lo tenía a un metro, metro y medio, más no lo sentía. No estaba lejos... y no lo veía". Fue en un claro de vegetación donde un pequeño detalle confirmó todo. "Se le veía apenas la campera, apenas. Cuando la vi así, salte así sobre él".
El reencuentro fue puro sentimiento. José Portugal, débil y deshidratado, solo tuvo una reacción: "Nada, lloró y pidió disculpas. Él decía: 'perdón'". Ibáñez lo abrazó, le dio agua y lo asistieron con suero y alimentos que habían guardado en sus mochilas. "Yo tenía una banana y una barra de cereal. Abrigo, más que nada. Y abrazarlo y verlo llorar… fue lo máximo", confiesa.
El descenso fue tan cuidadoso como la búsqueda. "Se decidió eso, y más que nada, respetarlo a él también", explica Ibáñez. José quiso caminar, y así lo hizo, con la asistencia de los rescatistas que le colocaron un arnés de seguridad.
La experiencia, más allá del rescate, dejó una huella en Ibáñez. "Es una emoción muy grande, muy grande. Verlo, escucharlo. Escuchar que te hablaba pidiendo ayuda…". Y aunque José, en su estado de shock, "se reía y lloraba" sin poder articular una conversación coherente, la familia del senderista y todos los riojanos ya tenían su respuesta.
"Yo agradezco en realidad a todos, a la persona civil, al personal de más fuerza, al regimiento, a la Policía Federal… todos, porque todos en realidad si vamos por agradecer, nos tendríamos que agradecer entre todos", concluye Ibáñez, en un gesto que resume el espíritu de un pueblo que se unió para buscar a uno de los suyos y puso fin a una incertidumbre que se extendió por casi todos semanas.